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Sin pijama y sin recuerdos (capítulo segundo)

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( foto Frank Horvat )

Sin pijama y sin recuerdos. Capítulo segundo.             _____              

Me acuerdo de ella. ¡Dios!: tacones, manos, medias. Su falda, sus rodillas, su blusa, su melena, el nacimiento de su nuca. Me acuerdo de ella con el corazón, no con la memoria.

También recuerdo que bajaba andando con mi padre hasta el estadio Metropolitano y que mi equipo ganaba siempre la liga. Y que los malos, los hombres blancos, bajaron a segunda división. O casi.


He sido varias personas, yo. Una de ellas ha hecho mucho cine. Pero eso prefiero no contárselo al plasta del neuropsiquiatra.


Comencé como actor. Los papeles de Marcello Mastroianni y los de Alain Delon los interpretaba yo en la piel de ellos. Luego me hice director. Las películas de Chabrol y las de Rohmer, mías son. Ahora estoy haciendo los guiones de un tal Rafael Azcona, que se ha muerto hace poco y es otro de mis heterónimos. La frase de Truffaut que define el cine como “el arte de hacer que chicas guapas hagan bonitas cosas”, la pronuncié yo en una ceremonia de clausura del festival de Cannes. Acudí encarnando a Vitorio Gassman.


Abro los ojos y siento baja mi temperatura moral. Debe ser por haber dormido no se cuantísimo tiempo. Soy un hombre antiguo, lleno de entresijos. Y con dos cauces subterráneos, uno turbio y otro limpio. El arroyo primitivo es claro, hondo y silente. El manantial de la era moderna parece ancho, oscuro, horrisonante ¡Balada de los dos ríos!


No consigo recordar si llegué a vivir con ella.


Los médicos me dicen que debo permanecer en la clínica unos tres mesecitos más, de propina. Mis días corren unos con otros en la sala de rehabilitación aprendiendo a caminar y estirando los músculos ¿Para qué?




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