Sin pijama y sin recuerdos (capítulo séptimo)
De frente viene un grupo de chicas del altiplano andino. Pienso si estaré en Cuzco, aunque no olvido que Los Andes empiezan en Venezuela y terminan en la Patagonia. Me propongo no lloriquear no vaya a ser que piensen que soy italiano.
Llegan a mi altura, saludo y pregunto dónde puedo desayunar. Me responden maliciosamente que por ese barrio no suelen dar de desayunar a las cuatro de la tarde y que si quiero merendar, no lejos, todo derechito, queda un centro comercial.
En él, compro un diario, que no reconozco, en cuya cabecera figura “edición Madrid”. Me sorprende la facilidad y rapidez con que llegan aquí y ahora los periódicos europeos. La gente viste mejor que antes de mi síncope hipnótico.
Busco otro taxi y ¡zácate! me viene a las mientes una dirección: - ¿Sería usted tan amable de llevarme a Claudio Coello número 38, entre Hermosilla y Goya?
Sigue el viaje por lo desconocido. Ahora creo que voy a alguna parte. Me apeo en la dirección que surgió de algún boquete negro de mi memoria. Es la casa donde nací.
Subo al piso tercero izquierda y en la puerta hay una placa que pone “Notaría (entren sin llamar)”. Obedezco y entro.
Un tipo con halitosis me contesta si no estoy viendo que allí no vive ninguna familia. Desisto. Está claro que allí no viven los míos.
Dice el portero que la notaría fue instalada en los años ochenta. Ignora quién ocupó antes el tercero izquierda. Yo lo sé muy bien. Pero da igual.
Salgo a la calle. En la parada de taxis desecho a los más sucios y aguardo hasta que llega un vehículo que no está tan cochino como palo de gallinero. Pido al taxista que me lleve al aeropuerto. Es hora de partir.
Los anuncios y otros cachivaches apenas si me dejan distinguir el conjunto de la ciudad en que nací. Creo.
( la primera foto y la de en medio están tomadas por mí; foto de abajo es de Richard Estes)