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Channel: CASA DE CITAS
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Mientras el amor va y viene

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(el autor se va a la playa)

Diálogo primero

Con la noche a medio hacer, escribo a ella:

─ Mi cuerpo se pasea por la habitación llena de libros, versos y nada de ti.

Ella me responde:

─ Así lo quisiste tú.

Replico:

─ Esto quise de ti: ¡que fueras cuanto no has sido!

Al clarecer el día, recibo este mensaje de ella:

─ ¡Siempre quedan asuntos pendientes!

Envié esta pregunta por respuesta:

─¿El polvo del reencuentro tal vez?


(foto Ryan McGinley)

Diálogo segundo

Ella no demoró su respuesta a mi sutil planteamiento sobre la celebración del reencuentro con un buen revolcón:

─ Esta noche, querido, no puedo acompañarte…caigo rendida, también sola. Somos dos, solos y tontos.

Un caballero como el que suscribe siempre contestaría como lo hice yo:

─ Descansa como si la vida te fuera en ello ¡Qué inútil ser dos!

Ella mensajeó su réplica:

─ Cierto, hay que ser más simples, ser uno en lugar de dos.

Rematé la faena con un adorno por alto:

─ ¡Qué cansancio ser dos inútilmente! ¡Que tengas un buen día!

A la tarde siguiente, sin noticias de ella, decidí ensayar con una pregunta formulada en lenguaje propio de la diplomacia vaticana:

─ ¿Cómo ves la cuestión de un polvo de gala para santificar la reanudación de nuestras relaciones personales?

En cosa de segundos, ella escribió lo que sigue:

─ Pues claro, eso no lo dudes…


Diálogo tercero

Pasó el tiempo, me fui unos días a la verde y atlántica isla de Tenerife y otros cuantos a la aguerrida ciudad de Nueva York. 

La mujer delgada, larguirucha y de tez color de nardo de olor cambiaba conmigo mensajes telefónicos, unas veces de amor y otras de guerra.

Con la luna nueva de noviembre la niña blanca que echa chiribitas de oro por su alba piel me escribe en el teléfono: 

─ Manuel, ordenado, meticuloso, serio, perfeccionista. Y yo despistada, desordenada y alocada. Yo no sé para ti, pero para mí eres el hombre ideal. Tuya, mío.

Rodaron unos cuantos días más, que se fueron en el entrecruce de nuestras misivas, encendidas a veces, otras languidecientes. Así, lo mismo ella me decía esto:

─ Pronto me olvidaste guajiro. Ya me lo temía. Penita me da pero así es la vida.

Que esto otro:

─ ¿Y tu agenda femenina, cómo va?

Mis correos contenían lo mismo fórmulas elusivas que protestas de amor romántico. O pullas de antes, de cuando la infancia:

─ Si yo soy un manjuarí, tú eres una ornitorrinco flacucha y desgarbada.

Hace unos días la mujer, veleidosa cual veleta, me escribe lo que tiene pinta de la sentencia que pone fin a nuestra particular guerra de los sexos:

─ No soy para ti, mi querido Manuel, y no tengo intención de cambiar. Con los años uno va a peor y eso lo sabes tú bien. Dicen que los polos iguales se repelen. Evitemos las malas ocasiones. Así, si coincidimos alguna vez podremos echarnos unas risas, que son muy sanas. Eres encantador y contigo es imposible aburrirse, pero…

Su respuesta me dejó jodido. Cuando una mujer asevera rotundamente asunto tan inconcreto, mal se presentan las cosas. Mi cerebro, que es más elemental que el mecanismo de un chupete, hubiera preferido algo así como:

─ Mañana por la tarde, a eso de las siete, me esperas en tu casa con un magnum de Dom Perignon Vintage 2000 Extra Brut, bien enterrado en un balde repleto de hielo picadito.

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