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Préstame tu claridad
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Madrid en gris (capítulos noveno, décimo y undécimo) Fin
Capítulo noveno
(del álbum familiar ¿Quién seré yo?)
Mi barrio de entonces era gris y triste y el colegio era triste y gris y los locales y comercios del barrio eran oscuros y grises y la iluminación de las calles era escasa y gris.
No existían tiendas lujosas al uso de hoy sino carbonerías (“se vende antracita, hulla, lignito, turba y cisco para los braseros y leña para las calefacciones”) cacharrerías, mercerías, quincallerías, verdulerías, cristalerías, fumisterías, panaderías o pastelerías. Hablando de pastelerías mi preferida era Hesperia, en Goya, regentada por dos damas de buen porte que me recordaban a la tía Ana María, casada con mi tío Vicente, hermano de mi padre, quien en su juventud fue novio de Isabelita García Lorca, hermana del poeta, según ella misma cuenta en sus memorias.
La otra pastelería frecuentada por mí era Luanje, en mi propia calle de Claudio Coello. Me gustaban sus palmeras con mermelada glaseada y sus bambas con nata así como los caramelos llamados Pez. En cambio la confitería Neguri, en Claudio Coello, siempre me pareció “excesiva”. Su dueño, un “finolis”, se negó una vez a entregarme unas tartas capuchinas que había encargado mi madre. Me espetó en plena calle con voz atiplada que “mis capuchinas no se montan en un seiscientos”. Palabra que sucedió tal y como lo cuento.
En la pastelería Formentor, en Hermanos Miralles casi esquina a Goya, compraba ensaimadas. La calle Hermanos Miralles se llama ahora General Díaz Porlier. Ni sé quién fue éste, ni quiénes aquellos. Me importa un comino.
En los años del hambre, el pan estaba racionado. Y ya se sabe que“donde falta el pan, sobran los decretos”. Mi padre traía a casa, día tras día, una barra de pan blanco que le daban en la Dirección General de Seguridad.
Claudio Coello, mi casa, era un hogar cálido que funcionaba bien. Era tranquilo y la vida en él, y fuera de él, previsible. La finca de Claudio Coello 38 pertenecía al dueño, al casero, apellidado Blanco, quien tenía una fábrica de máscaras antigás en la provincia de Segovia. Cuando vio que, terminada la guerra, el negocio se extinguía planeó nada más ni nada menos que fabricar un coche, del que llegó a hacer un prototipo y cuya marca comercial iba a ser DAGSA. Recuerdo a Manolo el portero de Claudio Coello lijando con una lima de metal las letras para la carrocería de lo que sería el primer coche DAGSA que, evidentemente, nunca circuló por las precarias carreteras de entonces.
En la casa de vecindad de Claudio Coello 38 nunca pasaba nada estridente o al menos uno no se enteraba. Las familias eran siempre las mismas, todas en régimen de inquilinato. Nadie dejaba de pagar el alquiler, congelado por una ley que casi derrumba el barrio, ni siquiera las señoritas solteronas que regentaban una pensión, me parece que en el quinto piso. O sea que en nuestro vecindario las familias discurrían sin venir a peor fortuna, ni tampoco a mejor, puesto que nadie se mudaba de allí a pisos más lujosos en alquiler o en propiedad. Lo del derrumbamiento lo digo porque los alquileres congelados no permitían a la propiedad sufragar las más elementales obras de mantenimiento de los edificios.
En esa parte del barrio, en Serrano nº 21, vivían tía Victoria y tío Manolo, mis padrinos. “Amer Ventosa” el fotógrafo entonces de moda, tenía allí su estudio. A finales de los años cincuenta la policía depositó a mis tíos en un tren, en la estación del Norte, rumbo a París. De allí viajaron a Sudamérica. El mini‑exilio se debió a los acontecimientos de la Universidad Complutense de Madrid, puesto que mi tío era entonces Decano de la vieja facultad de Derecho, en la calle de San Bernardo.
Mi tio se portó como un hombre y no dejó que la Falange violara el fuero universitario. De ahí viene lo de su exilio; por entonces la policía encarceló en la cárcel de Carabanchel a Javier Pradera, Antonio Ron, Claudín y otros, que solían venir por casa a jugar al tute. Mi tío Manolo me trajo de América un Wiew‑Master, para ver en 3‑D fotos de celuloide. Me encantaría encontrarlo. Lo echo de menos. Pido a mi primo Antonio Moreno Torres que me regale el suyo, que estoy en la flor de la vida y no puedo encontrar el mío.
En los días de lluvia el colegio tenía por norma que no se saliera al patio para el recreo ni tampoco al terminar las clases pues era obligatorio esperar a la tata que venía a buscarme y que solía ser Isabel la asistenta. Nos forzaban a permanecer dentro del aula y eso me producía una gran tristeza. De ese problema me liberé al cumplir los nueve años, edad en que mis padres consideraban que sus hijos tenían suficiente juicio como para ir solos al colegio. Estuve convencido mucho antes de cumplir los nueve años de que yo ya tenía juicio. Además, no había casi tráfico, los cruces de calles no eran peligrosos, Velázquez tenía un hermoso bulevar central y no supe que ningún perturbado raptase a niño alguno en aquellos tiempos. Tampoco vi por mi barrio a ningún “sacamantecas”, salvo en el cine, en una película llamada “El Cebo”, que me dio mucho susto.
Volviendo a los comercios de entonces y a su viejo estilo diré que era frecuente ver en panaderías y cacharrerías, en sus pequeños y oscuros escaparates, un cartel que rezaba “Se cogen puntos a las medias”. Ello se hacía por manos femeninas en unas máquinas que se llamaban Vito y que daban lugar a un trabajo artesanal de muchísimo mérito e interés social. Efectivamente, las medias de cristal que usaban entonces las señoras no eran un artículo, como hoy, de usar y tirar, sino que habían de durar tiempo, no sólo por cuestión de precio sino también de disponibilidad. Quiero decir que las medias buenas eran de importación o de contrabando. O ambas cosas a la vez. Mi interés por las medias femeninas, y por su contenido, viene de antiguo y me acerca al maestro Berlanga. Como me acercan al mundo del cine en general las más de trescientas películas que vi en el curso de Preuniversitario. Dado que no había clase por las tardes asistía todos los días a uno, o dos, programas dobles. Hagan Uds. la cuenta.
Otro establecimiento de bebidas y coctelería muy típico en Serrano se llamó Xaüen, nombre de una ciudad del Marruecos antaño zona de “protectorado” español. Buena parte de las desgracias políticas españolas del siglo XX debe atribuirse a nuestros generales africanistas, que fueron de victoria en victoria hasta la gran derrota final. De entre ellos destacó uno apellidado Franco ¡Madre mía!
Diferencia notable entre las comunidades de vecinos de antaño y las de hogaño es que sus porteros, y así también ocurría en Claudio Coello 38, tenían vivienda en la finca. Ello, unido a la inexistencia o no aplicación de convenios colectivos y sus obligatorios horarios de trabajo, aseguraba que el portero, ayudado por mujer e hijos, diera al edificio un servicio permanente, que prestaba de uniforme con botones de latón en las horas principales, y con mono de trabajo el resto del tiempo. En reciprocidad, obtenían buenas propinas si eran lo suficientemente habilidosos como para desatascar una cañería o arreglar un enchufe o interruptor.
En la pastelería Formentor, en Hermanos Miralles casi esquina a Goya, compraba ensaimadas. La calle Hermanos Miralles se llama ahora General Díaz Porlier. Ni sé quién fue éste, ni quiénes aquellos. Me importa un comino.
En los años del hambre, el pan estaba racionado. Y ya se sabe que“donde falta el pan, sobran los decretos”. Mi padre traía a casa, día tras día, una barra de pan blanco que le daban en la Dirección General de Seguridad.
Claudio Coello, mi casa, era un hogar cálido que funcionaba bien. Era tranquilo y la vida en él, y fuera de él, previsible. La finca de Claudio Coello 38 pertenecía al dueño, al casero, apellidado Blanco, quien tenía una fábrica de máscaras antigás en la provincia de Segovia. Cuando vio que, terminada la guerra, el negocio se extinguía planeó nada más ni nada menos que fabricar un coche, del que llegó a hacer un prototipo y cuya marca comercial iba a ser DAGSA. Recuerdo a Manolo el portero de Claudio Coello lijando con una lima de metal las letras para la carrocería de lo que sería el primer coche DAGSA que, evidentemente, nunca circuló por las precarias carreteras de entonces.
En la casa de vecindad de Claudio Coello 38 nunca pasaba nada estridente o al menos uno no se enteraba. Las familias eran siempre las mismas, todas en régimen de inquilinato. Nadie dejaba de pagar el alquiler, congelado por una ley que casi derrumba el barrio, ni siquiera las señoritas solteronas que regentaban una pensión, me parece que en el quinto piso. O sea que en nuestro vecindario las familias discurrían sin venir a peor fortuna, ni tampoco a mejor, puesto que nadie se mudaba de allí a pisos más lujosos en alquiler o en propiedad. Lo del derrumbamiento lo digo porque los alquileres congelados no permitían a la propiedad sufragar las más elementales obras de mantenimiento de los edificios.
Capítulo décimo
En esa parte del barrio, en Serrano nº 21, vivían tía Victoria y tío Manolo, mis padrinos. “Amer Ventosa” el fotógrafo entonces de moda, tenía allí su estudio. A finales de los años cincuenta la policía depositó a mis tíos en un tren, en la estación del Norte, rumbo a París. De allí viajaron a Sudamérica. El mini‑exilio se debió a los acontecimientos de la Universidad Complutense de Madrid, puesto que mi tío era entonces Decano de la vieja facultad de Derecho, en la calle de San Bernardo.
Mi tio se portó como un hombre y no dejó que la Falange violara el fuero universitario. De ahí viene lo de su exilio; por entonces la policía encarceló en la cárcel de Carabanchel a Javier Pradera, Antonio Ron, Claudín y otros, que solían venir por casa a jugar al tute. Mi tío Manolo me trajo de América un Wiew‑Master, para ver en 3‑D fotos de celuloide. Me encantaría encontrarlo. Lo echo de menos. Pido a mi primo Antonio Moreno Torres que me regale el suyo, que estoy en la flor de la vida y no puedo encontrar el mío.
En los días de lluvia el colegio tenía por norma que no se saliera al patio para el recreo ni tampoco al terminar las clases pues era obligatorio esperar a la tata que venía a buscarme y que solía ser Isabel la asistenta. Nos forzaban a permanecer dentro del aula y eso me producía una gran tristeza. De ese problema me liberé al cumplir los nueve años, edad en que mis padres consideraban que sus hijos tenían suficiente juicio como para ir solos al colegio. Estuve convencido mucho antes de cumplir los nueve años de que yo ya tenía juicio. Además, no había casi tráfico, los cruces de calles no eran peligrosos, Velázquez tenía un hermoso bulevar central y no supe que ningún perturbado raptase a niño alguno en aquellos tiempos. Tampoco vi por mi barrio a ningún “sacamantecas”, salvo en el cine, en una película llamada “El Cebo”, que me dio mucho susto.
Volviendo a los comercios de entonces y a su viejo estilo diré que era frecuente ver en panaderías y cacharrerías, en sus pequeños y oscuros escaparates, un cartel que rezaba “Se cogen puntos a las medias”. Ello se hacía por manos femeninas en unas máquinas que se llamaban Vito y que daban lugar a un trabajo artesanal de muchísimo mérito e interés social. Efectivamente, las medias de cristal que usaban entonces las señoras no eran un artículo, como hoy, de usar y tirar, sino que habían de durar tiempo, no sólo por cuestión de precio sino también de disponibilidad. Quiero decir que las medias buenas eran de importación o de contrabando. O ambas cosas a la vez. Mi interés por las medias femeninas, y por su contenido, viene de antiguo y me acerca al maestro Berlanga. Como me acercan al mundo del cine en general las más de trescientas películas que vi en el curso de Preuniversitario. Dado que no había clase por las tardes asistía todos los días a uno, o dos, programas dobles. Hagan Uds. la cuenta.
Otro establecimiento de bebidas y coctelería muy típico en Serrano se llamó Xaüen, nombre de una ciudad del Marruecos antaño zona de “protectorado” español. Buena parte de las desgracias políticas españolas del siglo XX debe atribuirse a nuestros generales africanistas, que fueron de victoria en victoria hasta la gran derrota final. De entre ellos destacó uno apellidado Franco ¡Madre mía!
Diferencia notable entre las comunidades de vecinos de antaño y las de hogaño es que sus porteros, y así también ocurría en Claudio Coello 38, tenían vivienda en la finca. Ello, unido a la inexistencia o no aplicación de convenios colectivos y sus obligatorios horarios de trabajo, aseguraba que el portero, ayudado por mujer e hijos, diera al edificio un servicio permanente, que prestaba de uniforme con botones de latón en las horas principales, y con mono de trabajo el resto del tiempo. En reciprocidad, obtenían buenas propinas si eran lo suficientemente habilidosos como para desatascar una cañería o arreglar un enchufe o interruptor.
Manolo nuestro portero era de esa estirpe de gente honesta y trabajadora y jugó un importante papel en nuestra casa. Dejo para otra ocasión, o para que lo cuente Miguel hermano, las reuniones y juegos de cartas que se organizaban en el comedor de la portería, mientras yo jugaba al fútbol o a las chapas en el patio de servicio, por el que subía, al aire, el montacargas antediluviano que me hacía “luz de gas”. Simplemente diré que eran asiduos Javier Pradera, Clemente Auger, Manolito Fernández Bugallal, Arturo González, un tal Fernández Fábregas y otros. Todos ellos de una generación anterior muy anterior a la mía. Como el propio Enrique Múgica, que también comparecía por allá.
Otra desemejanza del barrio de ayer con el de hoy es que los obreros que trabajaban en la construcción o reconstrucción de los edificios no hacían su almuerzo en bares o tascas de barrio, sino que lo traían de su casa en tarteras de aluminio envueltas en servilletas de cuadros rojos o azules atadas con nudos. Me imagino que el poder adquisitivo de los salarios de entonces no daba para el menú de las tabernas, que eran más bien frecuentadas por los señoritos, a la hora del aperitivo, y por los oficinistas a la del café. Los obreros almorzaban a la una de la tarde y si ésta era soleada y de calda temperatura, se tumbaban en la calle a dormitar una pequeña siesta, posición muy adecuada para mirar y piropear a las señoras que pasaban por la calle, a veces con zapatos topolino y faldas de tubo. Se oían burradas, pero también requiebros ingeniosos. Por almohada usaban dos o tres ladrillos.
Otra desemejanza del barrio de ayer con el de hoy es que los obreros que trabajaban en la construcción o reconstrucción de los edificios no hacían su almuerzo en bares o tascas de barrio, sino que lo traían de su casa en tarteras de aluminio envueltas en servilletas de cuadros rojos o azules atadas con nudos. Me imagino que el poder adquisitivo de los salarios de entonces no daba para el menú de las tabernas, que eran más bien frecuentadas por los señoritos, a la hora del aperitivo, y por los oficinistas a la del café. Los obreros almorzaban a la una de la tarde y si ésta era soleada y de calda temperatura, se tumbaban en la calle a dormitar una pequeña siesta, posición muy adecuada para mirar y piropear a las señoras que pasaban por la calle, a veces con zapatos topolino y faldas de tubo. Se oían burradas, pero también requiebros ingeniosos. Por almohada usaban dos o tres ladrillos.
( las fotos son de http://gatosbizcos.blogspot.com )
Capítulo undécimo y fin de la historia
Cierro los ojos y recorro la calle de Castelló abajo a partir de la puerta del colegio del Pilar. Cruzo Ayala por misma acera en que estuvieron los billares “Castelló”, que ya no existen. En el nº 46 vivían Juan Puebla y familia. En la acera de enfrente, en el 45 de Castelló, aún sigue viva la estación de servicio “Versalles: lavado, engrase y garaje”. Sigo andando y me encuentro vivo y coleando, en el nº43, un palacete dedicado a estudio de ballet. Sorprende que sobreviva. Levanto la cabeza y veo al final de la calle Castelló, mirando hacia Alcalá y hacia el parque del Retiro, la torre de las Escuelas Aguirre, buen ejemplar del llamado neo-mudéjar madrileño. Caminando hacia Hermosilla doblo la calle en mi imaginación y veo que el “Anón Cubano” frutería en el número 50 de Hermosilla sigue abierto al igual que su contiguo café Yela Bar, cuya inauguración presencié de muy niño.
Más cerca de Velázquez, en Hermosilla nº 46, vivió unos años tío Vicente. Allí no murió pues los Torres Gutiérrez se trasladaron a un edificio nuevo para funcionarios de Hacienda construido por los alrededores del Eurobuilding‑1. Al seguir por Hermosilla hacia Velázquez me topo, en la esquina de Núñez de Balboa, con la iglesia de la “Embajada Británica of Saint Georges”. Una vez mi hermano el clérigo me hizo una confidencia, ambos ya en cuarentones. Me contó que, de pequeño, siendo alumno del colegio de El Pilar, habían tirado alguna piedra contra esa capilla protestante, justamente por serlo. No le afeo nada, porque yo también he tirado piedras por motivos absurdos o incluso sin motivo, que queda más ácrata y da más gusto. A la residencia del embajador de Italia le tengo roto más de un cristal.
Subo por Núñez de Balboa y compruebo que el número 50 es un bonito edificio que vi construir en mi ruta hacia el cole. Una placa de granito atestigua que lo hizo “Francisco Moreno López. Arquitecto”. Recuerdo que durante muchísimos años fue portero titular de esa finca un hombre manco y con bigote, siempre vestido de librea. La casa sigue en pie y bien conservada pero no el portero. También vi levantar más arriba en la propia calle, en la esquina con Ayala y en la acera de enfrente, una casa que hace chaflán en redondo en cuya fachada se utilizó por primera vez el gresite, material que estuvo muy en boga y que a mí me gustó y me sigue gustando, aunque no sé si es bueno y resistente para las fachadas. Tiene su portal una especie de friso en piedra que representa a un león veneciano con la inscripción “Assicurazioni Generali” y el año de fundación de esta compañía en números romanos. Si subo por esa misma acera de Núñez de Balboa y cruzo Ayala, en esa esquina, que es el número 48, veo el edificio en que habité un año a mi regreso de Venezuela. Mi hermana mayor residía más arriba, en otro número par de la propia Núñez de Balboa. Viví con ella varios años en ese agradable edificio diseñado por el arquitecto Gutiérrez Soto, más conocido como “Pichichi”. Mi hijo, que rompió a hablar con meses de edad, llamaba a esta calle “Núñez de Barbados”. Sabía que existían tales islas caribeñas porque yo las había visitado y así se lo contaba.
Regreso a la calle Ayala para comprobar mentalmente que en el número 46 ya no está una especie de bar de copas de aire inglés que era frecuentado por la burguesía del barrio, incluyendo a las viejecitas que viven enfrente, en un edificio “ad hoc” para ancianos hecho por los Carmelitas. Me acordaré más tarde del nombre de ese bar que tenía conciencia de clase. ¡Et voilà!: primero se llamó Mariscal. Después Gran Chambelán. Ahora TEI. Llego a Velázquez, giro a la izquierda y contemplo la fachada bonita de una de las buenas casas del barrio, en la que nació y vivió el hoy famoso Juan Abelló, esto es, en el número 48 de Velázquez. Los Abelló, por su mucho caudal y por otras razones, tenían una fräulein. Hago otro esfuerzo y me encomiendo a la memoria para reseñar que frente por frente de tal casa se encuentran la tienda Palao y el Hostal Don Diego, vivos ambos. Al revisar esta narración debo certificar la defunción de Palao.
En los impares de Velázquez aprecio como antigua la tienda de marcos y grabados Ruiz Vernacci, aunque no sé si se remonta a mi niñez. Si cruzo Hermosilla me encuentro con Friki, comercio de solera en el barrio, que ocupa un curioso edificio de una sola planta entre los números 37 y 39 de Velázquez. De camino pienso que la familia Arias Salgado vivía en Hermosilla 31 en un edificio de porte noble, pero no quiero seguir por Hermosilla sino que prefiero bajar hasta Goya. Han edificado un hotel de nombre Adler en la esquina Velázquez/Goya, con el buen gusto de conservar fachada y estilo noble de aquella casa, en la que se ubicó la droguería donde compré mi primera maquinilla de afeitar, de hoja de acero y marca Palmera. ¡Menudo destrozo me hice en mi carita serrana!
Más cerca de Velázquez, en Hermosilla nº 46, vivió unos años tío Vicente. Allí no murió pues los Torres Gutiérrez se trasladaron a un edificio nuevo para funcionarios de Hacienda construido por los alrededores del Eurobuilding‑1. Al seguir por Hermosilla hacia Velázquez me topo, en la esquina de Núñez de Balboa, con la iglesia de la “Embajada Británica of Saint Georges”. Una vez mi hermano el clérigo me hizo una confidencia, ambos ya en cuarentones. Me contó que, de pequeño, siendo alumno del colegio de El Pilar, habían tirado alguna piedra contra esa capilla protestante, justamente por serlo. No le afeo nada, porque yo también he tirado piedras por motivos absurdos o incluso sin motivo, que queda más ácrata y da más gusto. A la residencia del embajador de Italia le tengo roto más de un cristal.
Subo por Núñez de Balboa y compruebo que el número 50 es un bonito edificio que vi construir en mi ruta hacia el cole. Una placa de granito atestigua que lo hizo “Francisco Moreno López. Arquitecto”. Recuerdo que durante muchísimos años fue portero titular de esa finca un hombre manco y con bigote, siempre vestido de librea. La casa sigue en pie y bien conservada pero no el portero. También vi levantar más arriba en la propia calle, en la esquina con Ayala y en la acera de enfrente, una casa que hace chaflán en redondo en cuya fachada se utilizó por primera vez el gresite, material que estuvo muy en boga y que a mí me gustó y me sigue gustando, aunque no sé si es bueno y resistente para las fachadas. Tiene su portal una especie de friso en piedra que representa a un león veneciano con la inscripción “Assicurazioni Generali” y el año de fundación de esta compañía en números romanos. Si subo por esa misma acera de Núñez de Balboa y cruzo Ayala, en esa esquina, que es el número 48, veo el edificio en que habité un año a mi regreso de Venezuela. Mi hermana mayor residía más arriba, en otro número par de la propia Núñez de Balboa. Viví con ella varios años en ese agradable edificio diseñado por el arquitecto Gutiérrez Soto, más conocido como “Pichichi”. Mi hijo, que rompió a hablar con meses de edad, llamaba a esta calle “Núñez de Barbados”. Sabía que existían tales islas caribeñas porque yo las había visitado y así se lo contaba.
Regreso a la calle Ayala para comprobar mentalmente que en el número 46 ya no está una especie de bar de copas de aire inglés que era frecuentado por la burguesía del barrio, incluyendo a las viejecitas que viven enfrente, en un edificio “ad hoc” para ancianos hecho por los Carmelitas. Me acordaré más tarde del nombre de ese bar que tenía conciencia de clase. ¡Et voilà!: primero se llamó Mariscal. Después Gran Chambelán. Ahora TEI. Llego a Velázquez, giro a la izquierda y contemplo la fachada bonita de una de las buenas casas del barrio, en la que nació y vivió el hoy famoso Juan Abelló, esto es, en el número 48 de Velázquez. Los Abelló, por su mucho caudal y por otras razones, tenían una fräulein. Hago otro esfuerzo y me encomiendo a la memoria para reseñar que frente por frente de tal casa se encuentran la tienda Palao y el Hostal Don Diego, vivos ambos. Al revisar esta narración debo certificar la defunción de Palao.
En los impares de Velázquez aprecio como antigua la tienda de marcos y grabados Ruiz Vernacci, aunque no sé si se remonta a mi niñez. Si cruzo Hermosilla me encuentro con Friki, comercio de solera en el barrio, que ocupa un curioso edificio de una sola planta entre los números 37 y 39 de Velázquez. De camino pienso que la familia Arias Salgado vivía en Hermosilla 31 en un edificio de porte noble, pero no quiero seguir por Hermosilla sino que prefiero bajar hasta Goya. Han edificado un hotel de nombre Adler en la esquina Velázquez/Goya, con el buen gusto de conservar fachada y estilo noble de aquella casa, en la que se ubicó la droguería donde compré mi primera maquinilla de afeitar, de hoja de acero y marca Palmera. ¡Menudo destrozo me hice en mi carita serrana!
(Bodas de sangre es una tragedia en verso de Federico García Lorca escrita en 1931. Se estrenó el 8 de marzo de 1933 en el Teatro Infanta Beatriz de Madrid)
Levanto la cabeza y cruzo la calle de Goya para comprobar que ya no está la tienda Alfa’s, que era de ropa y objetos de regalo y accesorios de mucha calidad. Donde ahora hay un banco, en la esquina anterior, estaban unas mantequerías de gran renombre y calidad de cuyo nombre no doy fe. Sigo por la acera donde estaba Alfa’s y veo una farmacia antigua y muy estricta por cierto en la administración de medicamentos sin receta, o incluso con receta, porque el titular debía ser pro‑vida. Muy cerca queda el Bar Goya, comercios ambos que sobreviven, aunque la farmacia ha cambiado de nombre. Este Bar Goya, casi esquina a Lagasca, era el primero en abrir muy temprano de buena mañana. Advierto que al principio de Lagasca, donde se construyó en los 60 el Cine Richmond, hoy hay un horrible engendro para tomar copas, esto es, en el número 31. Sigo por Lagasca y compruebo que en el 35, ¡oh milagro!, siguen vivos los Talleres Apolo con un rótulo gracioso que pone “Baterías, escapes y amortiguadores”, pegando con una pequeñita zapatería llamada Rachel que gustaba a mi madre.
En esa misma acera de Lagasca, en el número 37, estaba la entrada a un colegio de niñas que hoy es un edificio en rehabilitación por la Constructora San Martín, que está rehabilitando medio barrio de Salamanca. Yo tenía cierto cariño por aquel colegio de monjas puesto que desde las ventanas del piso interior de mi amigo Antonio Ron en Claudio Coello 38, y también desde la azotea de toda la finca, veía trajinar a aquellas monjas de tocas de enorme vuelo, que colgaban la ropa en una azotea del gran patio de manzana. No me acuerdo de qué orden religiosa eran ni tampoco sé si se está rehaciendo el colegio o, como me temo, serán viviendas y oficinas y las monjas se irán con viento fresco a no se sabe dónde, si es que la orden sigue viva. Confirmado mi temor: son viviendas y oficinas.
Llego con mi imaginación hasta Hermosilla y doblo a la izquierda, paso por el número 22 donde vivían los Gómez de la Vega y llego hasta casi la esquina, donde había un bonito portal con jardín al fondo por el que se accedía a la entonces famosísima modista Asunción Bastida en el número 18 de Hermosilla. ¿Saben Uds. qué está pasando en aquella finca? Pues yo se lo cuento. Que Construcciones San Martín ha derribado el viejo edificio y ha hecho uno de planta nueva, aún sin terminar, que ocupa todo el solar en esquina de aquel viejo y bonito edificio. Ya terminado en la revisión de marzo del 2004. Los bajos comerciales están ocupados por Habitat y el ático tiene un aire futurista con formas redondeadas que no pegan mucho con el entorno. Digo yo.
Me dirijo con mi imaginación hacia el Teatro Infanta Beatriz y, compruebo, que en la puerta de entrada de los artistas no está la castañera que me ofrecía aquel sabroso y caliente presente en los otoños de entonces, lo cual no es raro porque si aquella castañera tenía entonces 50 ó 60 años ahora tendría 110 ó 120 años, edad que no parece al alcance de una castañera nacida a principios del siglo XX. Ya sabéis que el teatro es ahora un restaurante y bar llamado Teatriz, decorado por Philipe Stark.
Levanto la cabeza y cruzo la calle de Goya para comprobar que ya no está la tienda Alfa’s, que era de ropa y objetos de regalo y accesorios de mucha calidad. Donde ahora hay un banco, en la esquina anterior, estaban unas mantequerías de gran renombre y calidad de cuyo nombre no doy fe. Sigo por la acera donde estaba Alfa’s y veo una farmacia antigua y muy estricta por cierto en la administración de medicamentos sin receta, o incluso con receta, porque el titular debía ser pro‑vida. Muy cerca queda el Bar Goya, comercios ambos que sobreviven, aunque la farmacia ha cambiado de nombre. Este Bar Goya, casi esquina a Lagasca, era el primero en abrir muy temprano de buena mañana. Advierto que al principio de Lagasca, donde se construyó en los 60 el Cine Richmond, hoy hay un horrible engendro para tomar copas, esto es, en el número 31. Sigo por Lagasca y compruebo que en el 35, ¡oh milagro!, siguen vivos los Talleres Apolo con un rótulo gracioso que pone “Baterías, escapes y amortiguadores”, pegando con una pequeñita zapatería llamada Rachel que gustaba a mi madre.
En esa misma acera de Lagasca, en el número 37, estaba la entrada a un colegio de niñas que hoy es un edificio en rehabilitación por la Constructora San Martín, que está rehabilitando medio barrio de Salamanca. Yo tenía cierto cariño por aquel colegio de monjas puesto que desde las ventanas del piso interior de mi amigo Antonio Ron en Claudio Coello 38, y también desde la azotea de toda la finca, veía trajinar a aquellas monjas de tocas de enorme vuelo, que colgaban la ropa en una azotea del gran patio de manzana. No me acuerdo de qué orden religiosa eran ni tampoco sé si se está rehaciendo el colegio o, como me temo, serán viviendas y oficinas y las monjas se irán con viento fresco a no se sabe dónde, si es que la orden sigue viva. Confirmado mi temor: son viviendas y oficinas.
Llego con mi imaginación hasta Hermosilla y doblo a la izquierda, paso por el número 22 donde vivían los Gómez de la Vega y llego hasta casi la esquina, donde había un bonito portal con jardín al fondo por el que se accedía a la entonces famosísima modista Asunción Bastida en el número 18 de Hermosilla. ¿Saben Uds. qué está pasando en aquella finca? Pues yo se lo cuento. Que Construcciones San Martín ha derribado el viejo edificio y ha hecho uno de planta nueva, aún sin terminar, que ocupa todo el solar en esquina de aquel viejo y bonito edificio. Ya terminado en la revisión de marzo del 2004. Los bajos comerciales están ocupados por Habitat y el ático tiene un aire futurista con formas redondeadas que no pegan mucho con el entorno. Digo yo.
Me dirijo con mi imaginación hacia el Teatro Infanta Beatriz y, compruebo, que en la puerta de entrada de los artistas no está la castañera que me ofrecía aquel sabroso y caliente presente en los otoños de entonces, lo cual no es raro porque si aquella castañera tenía entonces 50 ó 60 años ahora tendría 110 ó 120 años, edad que no parece al alcance de una castañera nacida a principios del siglo XX. Ya sabéis que el teatro es ahora un restaurante y bar llamado Teatriz, decorado por Philipe Stark.
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Poemario Terca Luz de Manuel María Torres Rojas
Clara Piqueras dirigió la primera edición de Terca Luz

TERCA LUZ
De la terca luz su postrer fulgor reúno.
Cautivo y descompuesto en oros y malvas y esmeraldas,
el fulgor apenas vela mi ánima de ambarinos linos.
Tal vez fuera piadoso que esa luz se recogiera
en un solo haz de domésticas volutas, polvo de libros,
y así el niño que queda apenas tuviera otra encomienda
que limpiar las celdillas de mi memoria.
Mas... ¡qué va!... La impía luminiscencia no ceja
hasta derribar el nido de mi cama.
Quiebra el rayo por el cristal herido
y rompe en topacios y opalinas y cárdenas turmalinas
que al danzar invitan al hombre antiguo y a la mujer nueva.
Bailamos tres, el hombre solo,
la mujer que llega y el eterno niño.
Peces fusiformes chocan, mecánicos,
sus bocas en minerales besos de estéril cortejo;
mil cristales bermellones revientan
las paredes cotidianas de mi egocéntrica guarida.
¡Inclemente luz que a su albedrío administra las sombras!
Tarde claridad y el ocaso abate los colores
y gemas y presos en los vidrios de mi caleidoscopio.
Hombre, mujer y niño lamentan la noche.
Pág.24

QUE LO DECIDAN ELLAS
PRIMAVERA
La oscuridad es inútil
en noche de primavera,
si bien oculta el color
de las flores del ciruelo
¿es que acaso su perfume se esconde?
Cuando en abril guste de la olor de la rama
la higuera recién cortada,
procuraré que el jugo de su látex
no empegunte ni manos ni azada.
VERANO
Es agosto en la huerta
y los tritones se bañan en la alberca.
El agüita fresca del aljibe alivia la calor
mientras mordisqueo una azufaifa azucarí.
De noche las salamanquesas se comen los mosquitos
que el farol de alumbre encandila.
Sueño que amanece en el camino del cielo.
Sin razón la calina se desteje.
OTOÑO
El sonido del viento me advierte:
llega el otoño.
Las bayas del lentisco frutecido
alimentan alondras y zorzales,
presas de azores y zurdales.
INVIERNO
En el mes sin dioses
el río plateado de belén
se cubre de musgo seco,
nieve de harina y serrín del desierto.
¡Algas secas de nuestras salinas!
Al amanecer las nubes rayos de luna son.
Está detrás la primavera.
CODA DESECHA
Si hay cuatro,
si son cuatro
las estaciones,
¿por qué yo vivo sólo en una?
Sin despedida.
Que lo decidan ellas.
Pág.20

AMOR PASÓ
Mi amor pasó
de tal manera que
ahora quiero, amor,
que no me quieras.
Si has pensado, amor,
quererme luego
te prevengo, amor,
no te entremetas
en la noria feliz
de mis planetas.
Mi amor se fue
de tal manera que
hoy prefiero, amor,
que otra me quiera.
Pág.26

ROMANCE DE AYALA
Cerrojos de hambre y espinas,
tristeza de carmelitas,
allá en tu Ayala amanecen,
mientras mi alcoba se crece
helándome el corazón.
¡Qué lejos te llevaría!
¡Si pudiera, vida mía!
Pasión y emoción cedieron
ante el yerro de razón
y mudaron en estatua
los gestos del corazón.
¡Oh carmelitas descalzos
devolvedme el mío amor!
Sola y muda ya me deja
Solo y mudo ya marchó.
¡Déle Dios buen galardón!
Pág.42

POEMAS CONTENIDOS EN EL LIBRO
.jpg)
CICATERA SOLEDAD
EN LA HORA CONFUSA
DUERMEVELA
AL ALBA
RECUERDO DE HERMANA
DOS
AGUACERO
TARDES DE NOVIAS
MARMÓREA SEVILLA
EL TERCER SUEÑO BALDÍO
LA LUNA QUE NO ES
AMAR SIN EL VERBO
CABE ELLAS
MAÑANA DE ABRIL
BENDITA SEA TU BELLEZA

Grato ánimo para Milagros Soler
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Navidad desnuda
(el autor en aquellos tiempos)
Corrían los años en que se inventó la sopa de ajo y yo era un zagalillo que miraba como un mochuelo. Hacía mucho frío y en el campo cantábamos a las niñas:
“Aunque me des veinte duros
no voy contigo al pinar
porque tienes sabañones
y me los puedes pegar”
Las nenicas, más dotadas para la lírica y para volverle loco a uno, respondían:
“…que quiero a un labradorcico
que coja sus mulas y se vaya a arar
y a la media noche
me venga a rondar”.
Me pasé, como siempre, al bando de las chicas y terminé la coplilla como pude:
“… con la pandereta, con el almirez y con la zambomba que rezumbe bien”.
El frío no sabía que a la vuelta de la esquina aguardaba el calentamiento global. Yo tenía la piel que va desde donde terminaban las perneras cortas del pantalón corto más resquemada que hábito de fraile y más encarnada que el batallón de El Campesino.
El día viernes anterior a Nochebuena, entré en el saloncito de mi madre con las notas cuajaítas de matrículas de honor. Mi madre quien, para variar, estaba rezando a ver si mi padre volvía de su despacho sin tirarse de las barbas, me miró con su carita de Dolorosa, me dio un beso de los de antes de la guerra y empezó a ponerme polvos de talco Cálber en mi malsufrida piel, directamente heredada de ella.
Pregunté a mamá:
- ¿Hasta cuando debo llevar pantalón corto?
La madre amantísima y clementísima me dijo:
- La costumbre es llevarlos hasta la pubertad, en que te pondremos de bombachos.
Las ocasiones hay que cazarlas al vuelo, como a las perdices, y las zalamerías se usan a mayor abundamiento:
- Si es costumbre será que no es ley. Dile a padre que tengo la cara interna de los muslos como San Lorenzo después de pasar por la parrilla y que lo de la pubertad, que es circunstancia de geometría variable, puede esperar, pero yo no.
Mi madre correspondió a mis floreos con un beso que todavía llevo clavaíto en el cogollo del alma.

Sin esperar a la fiesta de los Reyes Mágicos, mi madre me llevó al sastre señor Espada en la calle Caballero de Gracia. En una nonada de días iba yo con los bombachos más contento que Chopillo.
Tiempo después me contaron que mi madre abordó ante mi padre la cuestión de mis entrepiernas con un adorno andaluz:

“¿Qué tiene er niño, Migué?
Anda como trastornao…
Le encuentro cara de pena
y el colorsillo quebrao”.
Y colorín, colorao, este cuento se ha acabao.
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Feliz Navidad Merry Christmas Joyeux Noël Frohe Weihnachten Buon Natale Feliz Natal
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Una cosa misma en nosotros
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¿Se puede saber qué quieres ahora?
(fotos tomadas por mí)
Primera secuencia
Suena el móvil de la chica:
─¡Dime! ¿qué quieres ahora? ¿dices que quieres besarme? ...deja, deja... ¡te portaste fatal!
El hombre farfulla:
─¡Espera, espera, no cuelgues! que la cosa no es lo que parece... ¡mierda!
─¡Dime! ¿qué quieres ahora? ¿dices que quieres besarme? ...deja, deja... ¡te portaste fatal!
Segunda secuencia
─¡Espera, espera, no cuelgues! que la cosa no es lo que parece... ¡mierda!
¡Cretino! -piensa la chica mientras apaga el móvil- ¡qué buena excusa me has dado para mandarte a esparragar! En realidad lo estaba deseando y no sabía cómo hacerlo, musita la moza.
Tercera secuencia
─Mujer, no te pongas así. No des importancia a cosas que no la tienen ¡Tenemos que hablar!
Pasaron tres horas antes de que en la pantalla de su Galaxy saltara el doble click.
Esas pocas horas bastaron para que ella se cerciorara de la fragilidad de su decisión. Escribió su respuesta:
─Tú no sabes lo que es amar. Eres hombre de pasiones, no de amor.
(foto Daido Moriyama-Eros-Or-Something-Other-Than-Eros-1969)
Pero apenas pulsó “enviar”, levantó los ojos del pequeño artilugio y lo estaba introduciendo en el bolsillo trasero de su ajustado pantalón cuando vio que a su lado estaba aparcado el Volkswagen Golf gris perla de Nacho. No podía ser cierto; no le había vuelto a ver desde aquel día, iba para un año, en que el muy hijo de puta la había citado muy cerca de allí, en el Pub Meeting, para informarla de que en un mes se casaría con Maribel.
Cuarta secuencia
─Sabes que tú eres la mujer de mi vida -le había dicho entonces- la única a la que podré amar. Pero esto es otra cosa, cielo. Maribel es una buena chica, me quiere mucho y, sobre todo, está podrida de pasta. Sé de buena tinta que su padre va a entrar en el próximo gobierno del PP y me ha prometido una Dirección General de algo. Compréndelo, es mi futuro.
Le temblaban las piernas hasta la punta del tacón. Cruzó la calle a trompicones, se retocó los labios y entró en Meeting. Le vio de espaldas, semiapoyado en la barra ¡Dios, cómo estaba el muy…! Pasó a su lado sin mirarle y fue a sentarse en un taburete donde él pudiera verla.
Realmente las pasiones no estaban tan mal.
La segunda y cuarta secuencias son obra y gracia de Ana Montojo, escritora y editora de un blog que recomiendo. Aquí:
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Aquí, al cuidado del bebé!
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Importación de monjitas
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Deseos de mujer allá por Nochevieja.
(foto de Manuel María Torres Rojas)
Un multimillonario guapo, inteligente y calavera, que nos consienta hasta echarnos a perder y nos regale “manolos” y “jimmy choo´s” y… una casa en Provenza.
Un poeta que nos desnude y nos lleve de la mano descalzas al fin del mundo.
(Si no podemos conseguir un hombre como papá, mejor los dos, el multimillonario y el poeta)
Los vestidos de Fortuny.
Una casa llena de luz donde cuidar nuestro amor, nuestros hijos y nuestros amigos.
El mueble zapatero de Imelda Marcos.
Leer y soñar. Olvidar los libros y los sueños y vivir.
Zafiros, brillantes, perlas.
Peonías, jazmines, violetas, rosas antiguas.
Una piel suave y tentadora con un corazón capaz de pecar y perdonar.
Alegría, gratitud y un hijo vividor y tarambana que diga que quiere una madre virgen.
NOTA BENE: El editor desea advertir que esta entrada puede herir
la sensibilidad de personas sin sentido del humor. Y del amor.
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Granada: Casería de Los Cipreses. Recuerdos en azul y blanco.
CASERÍA DE LOS CIPRESES
RECORRIDO POR EL CORTIJO
siguiendo los relatos de
Don Manuel María Torres Rojas, nieto de Don Enrique Rojas.
Compilación: Milagros Soler Cervantes
Avatares y descripción del interior de la vivienda.
"El tiempo no se detiene, más que para que el niño juegue en Los Cipreses". Manuel María.
In memoriam de Josefina Rojas Ballesteros
Vidriera, en azul y blanco, de cristal veneciano.
""Como consecuencia de la publicación de mi artículo "Cortijo de los Cipreses. Una negligencia municipal nada ingenua" (Noviembre, 2012) denunciando el estado de deterioro de dicho predio, tuve la fortuna de que D. Manuel María Torres Rojas se pusiera en contacto conmigo. A lo largo de varios meses, durante los años 2012 y 2013, mantuve con él gratísima correspondencia. Me permitió generosamente compartir sus recuerdos, contribuyendo con paciencia infinita a conformarme una idea de cómo fue el interior de la vivienda en los días de su máximo esplendor.
Recuperando recuerdos de sus infancia, de la mano de quien otrora fuera el niño Manuelito, recorrí los espacios mágicos de la hacienda. Visitamos huertas y jardines, entramos en estancias prohibidas, exploramos perfiles humanos, descendimos a tenebrosos aljibes y chapoteamos en las acequias.
Lejos quedan esos días que rescató para nosotros de su memoria. Sin embargo, todavía en las ruinas de la finca puede adivinarse la grandeza de la que fuera una de las caserías más renombradas de la Vega de Granada. Responsabilizamos de la situación actual a todos aquellos que no tuvieron la sensibilidad de ver en ella la belleza y reconocer el incuestionable valor documental que para la historia de la ciudad encierra.
Lo que traslado a continuación es un compendio de textos extraídos de sus escritos y fragmentos de los correos que tuve el privilegio de compartir con él.""
Milagros Soler Cervantes
Granada, 1 de Noviembre de 2013
Granada, 1 de Noviembre de 2013
FRAGMENTOS DE SUS RELATOS LOS CIPRESES
Capítulo 1º•
Martes, 31 de mayo de 2011

Las quintas nazaríes compaginaban jardines poéticos con huertas de producción agrícola.
Los accesos solían estar bordeados por árboles y arbustos.
(Fragmento del plano realizado por Ambrosio Vico)
Acceso por un portón de doble hoja en el muro perimetral abierto tras la venta de la finca por la familia Rojas. En su origen, al predio se entraba a través de un arco con hornacina albergando una imagen de la Virgen.
Camino de entrada al señorío del cortijo, en otro tiempo bordeado de cipreses. A la derecha se abría una vereda que conducía a la casa de labor. En primer plano, restos de cipreses carbonizados. La finca ha sufrido reiterados incendios.
La casa se inauguró un día doce de septiembre para acoger los festejos de la boda de mis padres, ya que a tal fin fue expresamente inaugurada. Mi madre me recordaba que ese día se conmemoraba el “dulce nombre de María”. Y yo rememoro ahora a mi madre, la persona más dulce que ha existido. Era toda generosidad, bondad y ternura. Vivió para los demás, nunca para sí. Pocos días antes de morir entré en su habitación. Muy débil ya, me dijo: “déjame mirarte a los ojos. Quiero saber cómo estás”. De su sufrimiento, ni una palabra.

Puerta principal fotografiada el día de la boda de los nuevos propietarios de la finca.
Pórtico en terraza con balaustrada de piedra artificial y cubierta sostenida por columnas.
Artesonado en palillería de madera rematados con canecillos y talla de estilo granadino.
Que las celebraciones fueron sonadas lo prueban testimonios escritos, fotografías y la tradición oral. La doble escalinata de la entrada noble a la casa no bastaba para acoger todo el vuelo de la cola del vestido de mi madre. Mi padre vestía el uniforme del cuerpo de Abogados del Estado, al que acababa de ingresar por oposición.
Busco y rebusco en revejidos álbumes familiares y separo una foto de aquel solemne día. Sí, la cola del vestido de la novia desciende escalón a escalón y se arrastra por el jardín... la foto se acaba, pero no el vestido... hay pajes Luis XVI, con albas pelucas llenas de tirabuzones y también damas de honor, entre ellas tía María Luisa y tía Rafaela, ambas con bucles y caracoles, esta vez naturales y oscuros, además de blancas redecillas a manera de casquetes en sus cabezas, y veo abanicos plegados y ramos de flores naturales. Tía Emilia es una de las damitas que lleva la cola. Las flores del regazo de la novia, mi madre, son nardos, flor y aroma que hoy prefiero. Mi padre, alto y moreno. Mi madre está pálida y... ¿asustada?

La boda de Josefina Rojas Ballesteros (heredera) y Miguel Torres, padres de Manuel María.
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Foto con sus hermanos.

Información sobre el nacimiento del noveno hijo de Josefina Rojas Ballesteros
Sección Notas de sociedad del ABC (5 de octubre de 1956)
Hablando de entregar a otros la voluntad de uno, práctica no recomendable, contaré que tía Rafaela y tía Emilia profesaron en las Clarisas Capuchinas. La primera de ellas hizo mejor carrera pues llegó a Abadesa del Convento de Chauchina y tiene hoy abierto en la curia vaticana expediente para su canonización. Es fama su muerte en olor de santidad. Eso cuentan los más chochos del lugar.
Estado del pórtico de la vivienda en 2012 que puede verse en la fotografía de la boda.
Sobre el pórtico de la entrada se sitúa el dormitorio principal.
Sobre la puerta de entrada, huellas en el lugar donde estaban las placas cerámicas.
La central contenía la imagen de una virgen. Las laterales, fecha del año de la boda.

Pórtico y puerta principal tal y como estaban el día de la boda.

Vista desde el pórtico de lo que fuera el jardín de la vivienda.
Capítulo 2º•
Miércoles, 8 de junio de 2011

Manuel Mª. Torres Rojas con su perrita "Ivonne"

Vista de los campos de trigo que se extendían hacia Maracena a la sombra cortijo.
Aspecto de los campos tras el incendio sufrido en octubre de 2013.
Cipreses, higueras, granados, almendros y olivos fueron arrasados por las llamas.
Se produjo por una chispa de la radial que usaron los ladrones para robar sus cerramientos de hierro.
Capítulo 3º•
Viernes, 10 de junio de 2011
Fachada principal orientada hacia Sierra Nevada.

Desde la puerta lindante con la carretera de Jaén se abren dos caminos. Uno al señorío y otro a la casa de labor. Siendo propietaria la familia Rojas sólo existía el histórico carril flanqueado por cipreses. Al fondo a la derecha, junto a la casa de labor pueden verse todavía la morera centenaria y un granado.

De izquierda a derecha: Señorío con dos niveles de ocupación, casa de labranza y secadero. Junto al secadero, la antigua morera y a su derecha, el granado. Dentro de la vivienda, en el patio del pozo y los naranjos, se conservan los dos viejos tilos.

Patio de los naranjos, ya desaparecidos y pozo con aljibe de posible origen nazarí. Fachada interior del señorío. A la izquierda, muro que separa cuadras y corrales. En este patio se unen las dos viviendas: el antiguo predio (izquierda) y el nuevo cortijo (derecha).

Vista desde el patio de los naranjos de la antigua casería con los dos grandes tilos al fondo.

El pozo-aljibe con brocal de planta octogonal y arco de hierro forjado.
Arco de hierro sobre el pozo del que pendía la garrucha para subir y bajar el cubo.

Muro perimetral de la antigua casería destinada a la servidumbre y morera.
Capítulo 4º•
Martes, 14 de junio de 2011
Torre de la vieja casería con secadero en el piso superior. Adornos en azul añil en los voladizos sobre el blanco cal de la fachada.
En la remodelación de la antigua casería se incorporó el azul y blanco en la decoración.
La operación del bombeo del agua era un espectáculo. Frasquito bajaba hasta el nivel del motor por unos asideros de hierro clavados en la pared. Sin luz. Según cumplía años, aumentaba la emoción. Poner en marcha el motor tenía su mérito y el premio era un pestazo a gas oil que aún me persigue. Eso si no pasaba algo en la bomba sumergida bajo el nivel freático. Descender de la plataforma donde estaba el motor hasta el nivel del agua era para nota. Quede claro que Frasquito murió de viejo en su retiro en el pueblo de Maracena.
Al cabo de dos o tres horas, los aliviaderos de los depósitos, ya colmados, empezaban a soltar agua. Entonces era urgente buscar a Frasquito para que bajase al pozo a parar el motor y evitar el desperdicio de agua. Pero Frasquito podía estar labrando en la hoya de los chumbos, en la otra punta de la casería, que medía más de doscientos marjales, y ya se sabe que un marjal son cien estadales granadinos. Si estaba en la finca su sobrino Antoñito, a él tocaba buscar al guardés capataz, al grito horrísono de “Tito, que se errama el aguaaa...”.
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Antoñito pasaba buena parte del verano en casa de sus titos y era hijo único de una sobrina de nuestros guardeses, que vivía en Sevilla. Su madre era guapa y con buena facha y tenía un vestido blanco con lunares azules. Al padre nunca le vi. El gordo, pelirrojo y pecoso de Antoñito era compañero de nuestros juegos y le hacíamos de rabiar, creo que sin mala intención, aunque sí con cierto “espíritu de clase”. Comía sangre frita, sartenadas de papas fritas y sopas de ajo.
La vespertina tertulia de los mayores era diaria, variada en su composición y temas e itinerante. Esto último porque, según la climatología del momento, se podía reunir en la plazoleta del jardín, o en la de las tinajas, en el porche de la entrada principal o en el gran salón de la planta baja. Estaba abierta a tres generaciones: la de mis padres, la de los sobrinos mayores y la de los adolescentes, sin voz ni voto. Eran habituales los hermanos Torres López residentes o de visita en Granada, y los primos Moreno Torres, Ramos Torres y Morales. Se cuenta de algún tío, o de mi padre, que llegaban a las tertulias ya iniciadas diciendo “decidme de qué se trata, que me opongo”.
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Al cabo de dos o tres horas, los aliviaderos de los depósitos, ya colmados, empezaban a soltar agua. Entonces era urgente buscar a Frasquito para que bajase al pozo a parar el motor y evitar el desperdicio de agua. Pero Frasquito podía estar labrando en la hoya de los chumbos, en la otra punta de la casería, que medía más de doscientos marjales, y ya se sabe que un marjal son cien estadales granadinos. Si estaba en la finca su sobrino Antoñito, a él tocaba buscar al guardés capataz, al grito horrísono de “Tito, que se errama el aguaaa...”.
Apertura del pozo del aljibe con escaleras adosadas.
Capítulo 7º•
Lunes, 27 de junio de 2011

Plazoleta delante del pórtico de la entrada principal y camino del jardín. De izquierda a derecha: hermana mayor, padre y tía Josefa de Manuel María Torres Rojas. Con camiseta de rayas, Manuel María de niño. Tras el padre, una de las grandes tinajas.

La puerta de entrada se abría a un zaguán cuadrangular que permitía el acceso al salón. Está revestido de un zócalo alto de azulejos sevillanos. Al fondo, el patio de los naranjos y pozo.

En el arranque de la escalera, Manuel María nos espera para guiarnos en la visita.
Salón distribuidor. A la derecha, entrada desde el zaguán. A la izquierda, puerta del patio de los naranjos. Al fondo, escalera de madera y despensilla.
El gran salón desde la escalera. Al fondo, el comedor. Solería con cenefa perimetral y zócalo de azulejos azul añil.
Tía Pepita, viuda, y Pilar Ramos, soltera, se quedaban temporadas con nosotros, en Los Cipreses y en Madrid. Por cierto que en aquel entonces, guerra civil mediante, ser viuda y joven era frecuente; varias de mis tías lo eran y con mérito, pues sacaron adelante a sus familias con esfuerzo y provecho ejemplares.
Otro rasgo característico de los Torres, educacional entiendo, es que no quieren perros en sus casas. Cuando mi hermano pequeño, de nombre Valeriano como nuestro abuelo, hizo la primera comunión, Pepe Ramos, el primo huérfano que vivía con nosotros, tuvo un gesto de valentía y le regaló una preciosa cachorra de pastor alemán, bautizada como Ivonne. Aquel verano la cachorrita fue la estrella y comprendí que se puede querer muchísimo a un perro, y que éstos merecen y esperan todo de nosotros, a cambio por el cariño y fidelidad que nos procuran. Como no podía ser de otra manera, tratándose de mi familia y otros animales, que diría Durrell, la experiencia terminó mal: se acabó el verano, se decretó que el perro no podía vivir con nosotros en el piso de Madrid y para allá que nos fuimos tristes, sin perro, y al colegio.

Manuel María con su perrita Ivonne. Debajo, Clarita.

Granadas en el cortijo de los cipreses.
Cruce de acequias con esclusas distribuidoras. El agua que regaba las fértiles tierras del cortijo procedía de la histórica acequia nazarí de la Madraza.
El agua es muy importante en una vega y el sistema de riego herencia árabe. El agua, siempre escasa, se administraba por una comunidad de regantes. En verano llegaba a nuestra casería un par de veces al mes. El administrador del sistema del pantano del río Cubillas, avisaba el día anterior la hora de nuestro turno de regar para el siguiente. Igual tocaba de madrugada que al caer la tarde. Frasquito siempre me avisaba y yo siempre le ayudé, aunque en inferioridad de condiciones pues no tenía ni botas de agua ni sus manos y experiencia.
Manuel María Torres Rojas con su hermana.

Cocina de la casa. Encimeras y restos de la chimenea central. Suelo ajedrezado con zócalo y azulejos con cenefa de cuidada armonía cromática.
Cenefa de azulejos del zócalo alto de la cocina.

Armario platero de grandes dimensiones y puerta de acceso a la despensa.
Tirador de los cajones y cierre de la puerta acristalada del armario.
Armario para vajilla y cubertería en azul y blanco, colores emblemáticos de la vivienda.
Puerta con cuarterones incrustados en esqueleto de madera comunicada con el gran salón.

Tata Mariana con Enrique, hermano de Manuel María, en la cocina de Los Cipreses.
Fresquera antigua para conservar y mantener los alimentos aislados de los insectos. Al pie del armario, trozo de balaustrada del pórtico utilizada para romper muebles y cristales.
Capítulo 8º•
Lunes, 4 de julio de 2011


Enrique Rojas, sobrino de José Rojas Jiménez, de quien heredó el cortijo. Enrique Rojas y su esposa, abuelos de Manuel María, en el cortijo de Los Cipreses.
Antes de cenar, si el tiempo y la estación eran propicios, Miguel el chófer le acercaba a Los Cipreses y allí la charla se celebraba bajo una gran higuera, en un paseo de naranjos que estaba orientado a poniente. Charlaban y contemplaban la puesta de sol los notables de Maracena. A uno lo llamaban “El Cachorro”, a otro “Pepico el del Encerraero” y a otro tercero “El Pitute”. Boticario y notario también se asomaban por allá.
Quizás compartió también tertulia con mi abuelo el cura del Cerrillo de Maracena, a quien mi padre años después ayudó a mantener la pequeña iglesia, a la que donó la custodia. Los domingos acudíamos a misa de doce al Cerrillo, que lindaba con nuestra finca, vía del ferrocarril por medio. Una vez me caí por un balate, que es el borde exterior de una acequia y me hice un chichón importante. La tata Mariana decidió poner un duro de plata de los llamados cabezones encima de uno de los raíles del tren. Pasó un tren, el duro se puso al rojo vivo y, envuelto en un pañuelo, me lo apretó contra el chichón. Aseguro que fue mano de santo, pues el bulto de la frente se redujo a la nada.
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Los días de domingo, familia y servicio íbamos, en fila de a uno, por las muy estrechas veredas que separaban las hazas de labrantía. Mis padres delante, mamá con velo negro o mantilla y quitasol y detrás todos los hermanos repeinados y endomingados. En la iglesia teníamos reclinatorios reservados, delante del pueblo soberano. Como quiera que estábamos en ayunas para poder comulgar, después de misa nos sentábamos a desayunar en el patio del café Zurita. Tejeringos y café con leche condensada marca “La lechera”, brebaje que llamaban “café a la clema”. Que la leche fuera condensada era, por un lado ineludible, porque no había vacas y, por otro, muy conveniente para no contraer las fiebres de Malta, endémicas en la zona y transmitidas por las cabras que se ordeñaban de puerta en puerta.
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En septiembre, Frasquito el capataz y yo, con mis ocho o nueve años, nos íbamos a las ferias de los pueblos. Llegábamos en tranvía, pues Granada tenía una de las redes de tranvías más larga y densa de Europa. A propósito, mi padre tuvo no sé qué cargo en los Tranvías de Granada, S.A. Conocí bien Atarfe, Peligros, Pinos Puente, Gabia la grande y la chica, Armilla, en cuya base estuvo destinado Antonio Mérida casado con Carmen Ramos, Albolote, Alfacar y su pan blanco, Santa Fe... Para nosotros dos la feria consistía en llegar a media tarde al pueblo que festejaba a su patrono y meternos en el bar en donde Frasquito hubiera quedado citado con sus amigos. A mí me dejaban beber unos culos de cerveza La Alhambra, con aceitunas de tapa.
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Mi madre era muy fervorosa. En el campo de entonces no era raro blasfemar. Pero ello no convenía a los oídos de mi madre. Tampoco gustaba de saber que alguien cercano o conocido no cumplía con el precepto dominical. Un verano amenazó con toda su dulzura al recovero que traía a casa, en carro con burra, provisiones que no producía nuestra finca, con borrarle de la lista de proveedores. Consternación. A partir de entonces aquel hombre, dentro de los linderos de Los Cipreses, no volvió a mentar nada sospechoso de rozar a Dios, la Virgen o los santos, y aportaba cada semana, lo prometo, un certificado del párroco de Maracena, que daba fe de su cumplimiento de la obligación dominical. ¡O tempora! ¡O mores!
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No conocí a mis abuelos paternos. Sé que Don Valeriano Torres fue Coronel Auditor y que estuvo en la guerra de Cuba. Doña Encarnación López Sáez era persona de abolengo, según me dicen. En contra de una leyenda romántica que atribuía el origen del apellido Torres a raíces árabes, mi tío y padrino, Manuel Torres López, catedrático de Historia del Derecho, me aseveró que tenía documentado que los Torres provenimos de Burgos, cosa que, por cierto, coincide con lo que ponen los libros que tratan del origen de los apellidos. Y con las repoblaciones y asentamientos que la Corona de Castilla iba propiciando según y conforme avanzaba la Reconquista.
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Me imagino que otro tanto sucede con tradición semejante sobre el apellido Rojas y su pretendido origen hebreo. Por un lado ¡vaya Vd. a saber! y por otro ¡qué más da...! Consulto el diccionario Espasa de apellidos españoles y leo que el primer apellido de mi madre ¡también proviene de Burgos!; Rojas es topónimo de un pueblo de esa provincia, desde donde se extendió por toda España, siendo particularmente recurrente en Andalucía y posteriormente en América.
Quizás compartió también tertulia con mi abuelo el cura del Cerrillo de Maracena, a quien mi padre años después ayudó a mantener la pequeña iglesia, a la que donó la custodia. Los domingos acudíamos a misa de doce al Cerrillo, que lindaba con nuestra finca, vía del ferrocarril por medio. Una vez me caí por un balate, que es el borde exterior de una acequia y me hice un chichón importante. La tata Mariana decidió poner un duro de plata de los llamados cabezones encima de uno de los raíles del tren. Pasó un tren, el duro se puso al rojo vivo y, envuelto en un pañuelo, me lo apretó contra el chichón. Aseguro que fue mano de santo, pues el bulto de la frente se redujo a la nada.
Vistas sobre Maracena desde el torreón del señorío. Junto a la columna del arco derecho, iglesia de San Juan de Dios a la que acudía la familia Rojas.
Los días de domingo, familia y servicio íbamos, en fila de a uno, por las muy estrechas veredas que separaban las hazas de labrantía. Mis padres delante, mamá con velo negro o mantilla y quitasol y detrás todos los hermanos repeinados y endomingados. En la iglesia teníamos reclinatorios reservados, delante del pueblo soberano. Como quiera que estábamos en ayunas para poder comulgar, después de misa nos sentábamos a desayunar en el patio del café Zurita. Tejeringos y café con leche condensada marca “La lechera”, brebaje que llamaban “café a la clema”. Que la leche fuera condensada era, por un lado ineludible, porque no había vacas y, por otro, muy conveniente para no contraer las fiebres de Malta, endémicas en la zona y transmitidas por las cabras que se ordeñaban de puerta en puerta.

Manuel María Torres Rojas con su hermana.
Azulejos y antiguas botellas de cervezas Alhambra encontradas en la casería.
Capítulo 9º (y último)
Lunes, 18 de julio de 2011


Josefina Rojas, hija de Enrique Rojas y su marido Manuel Torres, padres de Manuel María.

Detalle de la solería del comedor.
Sobre los colores rojo y gualda, las iniciales de los Reyes Católicos, Fernando e Ysabel.

Leones, castillos, granadas (símbolo de la ciudad), ajedrezados en azul y blanco componían el mosaico.
No conocí a mis abuelos paternos. Sé que Don Valeriano Torres fue Coronel Auditor y que estuvo en la guerra de Cuba. Doña Encarnación López Sáez era persona de abolengo, según me dicen. En contra de una leyenda romántica que atribuía el origen del apellido Torres a raíces árabes, mi tío y padrino, Manuel Torres López, catedrático de Historia del Derecho, me aseveró que tenía documentado que los Torres provenimos de Burgos, cosa que, por cierto, coincide con lo que ponen los libros que tratan del origen de los apellidos. Y con las repoblaciones y asentamientos que la Corona de Castilla iba propiciando según y conforme avanzaba la Reconquista.
Cimera de una de las ventanas del predio con leones y castillos aludiendo al Reyno de Granada.
Me imagino que otro tanto sucede con tradición semejante sobre el apellido Rojas y su pretendido origen hebreo. Por un lado ¡vaya Vd. a saber! y por otro ¡qué más da...! Consulto el diccionario Espasa de apellidos españoles y leo que el primer apellido de mi madre ¡también proviene de Burgos!; Rojas es topónimo de un pueblo de esa provincia, desde donde se extendió por toda España, siendo particularmente recurrente en Andalucía y posteriormente en América.
A veces pienso, y no consigo rememorarlo con precisión, en nuestro último veraneo familiar en Los Cipreses. Me produce aflicción evocar que mi postrer verano allí, no fue percibido por mí como tal. Imagino, pero no estoy seguro, que el final de Los Cipreses fue abrupto: dejamos de ir todos de golpe. Y punto. Ahora sé que nunca encontraré todas las piezas para hacerlas encajar en este puzzle de añoranzas.
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Luego vendrían más de veinte años con la casería cerrada y huérfana de todos nosotros. En raras ocasiones me atreví a viajar hacia el pasado, llevando por compañera alguna novia de turno. La finca de Los Cipreses primero se dejó de utilizar para solaz y recreo y luego se abandonó la labranza. Los muebles, muchos de ellos de valor no sólo afectivo, fueron unos repartidos de cualquier manera y otros almacenados en el convento de las Capuchinas de San Antón, en el que pasó su vida la tía Emilia Rojas, y otros, por fin, botín de ladrones. Creo que también hubo algún incendio y que centenarios cipreses ardieron fulminados por los rayos.
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Mi madre sufría de melancolía en los atardeceres granadinos cuando miraba hacia Maracena, en cuyo cementerio están enterrados los Rojas. Y yo padezco hoy del mismo mal, cuando recuerdo a mi madre, a aquellos largos y cálidos veranos y el triste fin de la Casería de Los Cipreses, ayer huerta, hoy yerma, a la espera, tal vez, de ser sembrada de bloques de viviendas.
Moraleja:
La Casería de Los Cipreses es hoy propiedad de un empresario de la construcción de gran éxito y fortuna, nacido precisamente en Maracena y de quien se cuenta que en sus comienzos trabajó de obrero en el gremio del ladrillo. Mi padre me dijo una vez que la justificación última del sistema capitalista es que el dinero cambia de manos. Amén. Pero sigue sin gustarme.
Hermanos presentes en el acto de otorgamiento y firma de la escritura de compraventa me cuentan que, el comprador exclamó ante el Notario:
- “¡Hoy, mi madre, de estar viva, hubiera sido feliz! ¡La finca de los Rojas en mis manos!”
P.S.: El día 14 del mes de noviembre de este año de gracia de 2011 mi madre hubiera cumplido ciento ocho años.
Estado del cortijo tras el incendio sucedido en octubre de 2013. Entre los huecos de las raíces de los cipreses calcinados, acceso primitivo al cortijo través de un jardín. Propiedad del Ayuntamiento, desde que lo gestiona su deterioro se ha visto dramáticamente acelerado.
Luego vendrían más de veinte años con la casería cerrada y huérfana de todos nosotros. En raras ocasiones me atreví a viajar hacia el pasado, llevando por compañera alguna novia de turno. La finca de Los Cipreses primero se dejó de utilizar para solaz y recreo y luego se abandonó la labranza. Los muebles, muchos de ellos de valor no sólo afectivo, fueron unos repartidos de cualquier manera y otros almacenados en el convento de las Capuchinas de San Antón, en el que pasó su vida la tía Emilia Rojas, y otros, por fin, botín de ladrones. Creo que también hubo algún incendio y que centenarios cipreses ardieron fulminados por los rayos.
Torreón del señorío desde el que podía contemplarse los cipreses del cementerio de Maracena.
Mi madre sufría de melancolía en los atardeceres granadinos cuando miraba hacia Maracena, en cuyo cementerio están enterrados los Rojas. Y yo padezco hoy del mismo mal, cuando recuerdo a mi madre, a aquellos largos y cálidos veranos y el triste fin de la Casería de Los Cipreses, ayer huerta, hoy yerma, a la espera, tal vez, de ser sembrada de bloques de viviendas.
Moraleja:
La Casería de Los Cipreses es hoy propiedad de un empresario de la construcción de gran éxito y fortuna, nacido precisamente en Maracena y de quien se cuenta que en sus comienzos trabajó de obrero en el gremio del ladrillo. Mi padre me dijo una vez que la justificación última del sistema capitalista es que el dinero cambia de manos. Amén. Pero sigue sin gustarme.
Hermanos presentes en el acto de otorgamiento y firma de la escritura de compraventa me cuentan que, el comprador exclamó ante el Notario:
- “¡Hoy, mi madre, de estar viva, hubiera sido feliz! ¡La finca de los Rojas en mis manos!”
P.S.: El día 14 del mes de noviembre de este año de gracia de 2011 mi madre hubiera cumplido ciento ocho años.
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Granada: Casería de Los Cipreses. Recuerdos en azul y blanco (segunda parte)
Segunda parte

Dos pájaros negros sobre un árbol calcinado del cortijo.
La línea recta del horizonte señala el paso de la autovía junto a los bancales del cortijo.
Ventana azul y blanca junto a imagen de la virgen en la casa de los guardeses.
La devoción mariana era muy celebrada en Los Cipreses.

La vieja casería fue adaptada para vivienda de los capataces del señorío.
14 de Enero de 2013
Corrales, establos, graneros, secadero de tabaco, garaje, lavaderos, vivienda para los guardeses, abrevaderos... fosas sépticas, depósitos para agua doméstica, estanque para cocer el lino, otro más para el estiércol... Sí.
Corrales antiguos y secadero de tabaco frente a la entrada del torreón de la casa de labor.

15 de Enero de 2013
Estanque en el ángulo del torreón del señorío, próximo a la entrada principal.
Estanque visto desde el torreón. En su interior, resto de una puerta de la vivienda.
A derecha e izquierda del estanque, elementos circulares de hormigón.
En la parte superior de la foto, trazo de una de las acequias de la finca.


Mis abuelos maternos en Los Cipreses
Ni biblioteca, ni oratorio (como se indica en algunas fuentes), ni columnas dóricas ni Cristo que lo fundó. Un sólo, enorme eso sí, cuarto de baño en la planta de arriba y, más tarde, el que mi padre mandó construir en la de abajo.

Cuarto de baño (de Popea) en la segunda planta con balcón orientado a la Vega de Maracena. Sobre la línea de azulejos, huella de la cisterna de uno de los sanitarios.

El cuarto de baño tenía dos puertas de acceso: una general y otra comunicada a un dormitorio. La instalación eléctrica primitiva corría por encima de las paredes.

Detalle de uno de los primeros interruptores de la luz (cerámica sobre madera). Azulejos blancos biselados colocados a soga. Cenefa superpuesta con remate pecho de paloma.
Cenefa del zócalo alto del cuarto de baño.
Grifo del cuarto de baño del segundo piso encontrado entre los escombros.
No conocí la Casería de la Concepción. Me dicen que está cerca de Los Cipreses; me extraña no haber dado nunca con ella en mis paseos constantes, a pie, en bici y en tranvía, pero...
Dos aspectos de la Casería de la Concepción (Pulianas, Granada) construida en el año 1858.
Su paralelismo arquitectónico con la viaja casería de Los Cipreses (casa de los guardeses) es evidente.
Es posible que la casona de "los señores" se construyera pegada a edificaciones preexistentes: casa de los guardeses, graneros, secadero, lavaderos, corrales, gallineros y establos; efectivamente, parecían más viejos y de peor fabricación.
Antigua casería junto al nuevo cortijo.
Reconstrucción de lo que pudo ser la fachada principal de la antigua casería.

Entrada al patio de los naranjos desde la antigua casería.
El estilo nada tiene que ver con el del nuevo cortijo y sí con otras fincas eclesiásticas del siglo XVIII.
Uno de los primeros propietarios documentados del predio fue el Hospital de San Juan de Dios.

2 de Febrero de 2013
Dormitorios ocupados por las hermanas de Manuel María Torres Rojas (Gineceo). Puerta de armario empotrado de láminas acristaladas con escenas de la vida de la Virgen.
Ventana orientada hacia la Vega de Maracena y puerta del cuarto de baño. Jaula de gallinas y excrementos de animales en el suelo. Sirvió de corral durante el tiempo que estuvo custodiado por el Ayuntamiento de Granada.
Cuarto de baño anexo a los dormitorios femeninos con azulejos negros.
Vaso adosado para los cepillos de dientes. Interruptores y enchufes de mediados del siglo XX.
Los Cipreses no tuvieron nunca ningún sistema de calefacción, ni estufas, radiadores o simples braseros de cisco. Insisto: era inhabitable e inhabitado en invierno, que Frasquito llamaba "livierno".
Comedor en la primera planta. La chimenea es la única en toda la vivienda. Techo con falsas vigas de madera con revestimiento de escayola.
El caserón carecía de alcantarillado. Para cada baño hubo de fabricarse una fosa séptica, tarea que seguí con pasión.
Las caserías que me resultaban familiares se llamaban: Los Arcos, Los Doscientos, Los Estados Unidos, la de Melchorito y La Sartenilla. La Casería de la Concepción no se divisa desde Los Cipreses. El camino de Pulianas y Pulianillas yo no lo frecuentaba.
Mi padre prefería veranear en la Dehesa de Campoamor.
http://cuentosencarneviva.blogspot.com.es/2008/02/campoamor-aos-50.html

3 de Febrero de 2013
Aterrazamiento para jardines frente a la que fuera entrada principal. En una hilera frontal de cipreses se abría un camino hasta la plazoleta de las tinajas.
Puede verse los huecos dejados por los cipreses después del último incendio (Octubre, 2013)

5 de Febrero de 2013
La casa tenía dos enormes salones, uno en cada planta. Por la puerta principal se accedía al zaguán, revestido de azulejos. Percheros, paragüeros, bancos renacimiento y dos arcos a cada lado del acceso al salón. Enfrente, la puerta de cristales plomados que daba al patio de los naranjos. En él, una gran morera con herrajes para que la copa diera mucha sombra. Paredes cubiertas de hiedras con troncos como puños. Al fondo dos enormes tilos.
A la izquierda del zaguán, el cuarto de estar. Mesa grande faldera para desayunar. Butacas y divanes. Aparato de radio.
Salón de la planta baja. Zaguán (derecha) y puerta al patio de los naranjos (izquierda).
Al fondo, escalera presidida por vidriera de cristal veneciano en azul y blanco.
Falsa viga de madera sostenida por zapata revestida de escayola policromada.
Salón de la planta baja desde el arranque de la escalera.
Detalle de los balaustres de madera torneada. Al fondo, el comedor.


Dos perspectivas de la escalera y su barandilla de madera. Contrahuella con azulejos blanquiazules ajedrezados y huella de mármol blanco.
Salón del segundo piso visto desde la escalera. A la derecha balcón con vistas al patio de los naranjos.
Frente al balcón, puerta del dormitorio principal.
Salón del segundo piso. Vidriera y balaustrada sobre la escalera.
Puerta del dormitorio arrancada sobre restos de solería destruida.
La siguiente puerta, de dos hojas, era la entrada al comedor, que era muy grande con balcón y ventanas a dos fachadas. Vigas de madera vista, mesa maciza para dieciséis o dieciocho comensales y óleos de época: “Essaú y el plato de lentejas”, una “Última Cena” escuela sevillana, y una chimenea revestida de azulejos que no me gustaba nada y que no se encendió nunca.

Comedor de la planta baja con falsas vigas de madera vista en el techo. Chimenea, remodelada, con poco gusto, en los últimos tiempos del cortijo.
Solería del comedor. Torres, leones, castillos... y las siglas de los Reyes Católicos (F - Y)

6 de Febrero de 2013
Escalera.
Un gran vitral plomado con cristales venecianos que permitían adivinar la hilera de avellanos que bordeada la acequia que separaba las hazas de sembradura, hazas que se llevó el viento expropiatorio.
Vitral plomado con cristales venecianos.
Puerta corredera dividiendo en dos estancias el dormitorio principal.
Armario empotrado en uno de los dormitorios del segundo piso.
En el salón de abajo habían tres ambientes distintos, sin separaciones físicas. aunque sí morales. "Fumoir" para hombres, zona de costura, bolillos incluidos, para mujeres y área mixta para juegos de salón y de cartas. Palé, canasta, "robi" (no sé cómo se escribe) "whist" (o algo así)...(¿quién lo va a comprobar?)
En la casona había algunas piezas apreciables de pintura granadina. Morcillo, Suárez, López-Mezquita, Cuesta y otros. También había lienzos de Ramón Carazo y de Madrazo. Sin faltar uno de Miguelito (sic, padre dixit), de Rodríguez Acosta.
7 de Septiembre de 2013
Una amiga granadina me manda un reportaje fotográfico sobre le muerte anunciada de Los Cipreses. Correspondo a tu amabilidad de hace unos meses, reenviándote los testimonios del hundimiento final.
Recibe un saludo muy cordial de tu amigo.
Granadas carbonizadas en el incendio de octubre de 2013.
22 de Septiembre de 2013
El uso que se de a la casa rehabilitada resultará un fiasco. Una vez inaugurada, se acabará la dotación para personal y gastos corrientes y... otra vez al abandono, pillaje y saqueo.
23 de Septiembre de 2013
Es posible que el edificio rehabilitado termine convertido en lugar para "bodas, bautizos y banquetes". Será lo que esté escrito en las estrellas.
En fin, entre las ramas secas de lo que fue un jardín de otoño...
Granada y azulejo de Los Cipreses.
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Tres tardes con Fidel Castro
Las horas contadas
Primer encuentro
Fidel Castro Ruz envió coche y escolta a buscarme para comparecer ante él. Eran las cuatro de la tarde de un jueves de agosto del año de gracia 2007.
Se trataba de charlar con el Comandante en Jefe, oportunidad que me proporcionó el destino la noche en que conocí a Sergio del Valle, un histórico de la revolución cubana. Fue médico de la guerrilla en Sierra Maestra, en el oriente de Cuba y recibió el título de Héroe de la República. Ha muerto ha poco, semanas después de hacerme tremendo regalo.
El libro de la vida quiso que el invierno anterior, en un club de Caracas reservado para oficiales chavistas, conociera yo, tragos de ron por medio, a un compañero de Fidel. Sergio, ya mañaneando en la cima del Monte Ávila, va y me suelta:
− Mire compadre, usted como que me cayó bien. Me dicen mis camaradas bolivarianos que usted escribe no tan mal. ¿Es correcto eso de que usted es hombre de buenas letras? ¿Quiere conocer a nuestro Comandante en Jefe?
Sus palabras eran pura electricidad. Acepté sin pararme a pensar si se trataba de una morisqueta destilada entre los efluvios del licor o si la vaina iba en serio.
De vuelta en Madrid me llaman de la embajada de Cuba al número privado de mi telefonillo celular, a fin de invitarme a cenar a la residencia del embajador. Dado que a nadie había facilitado mi número del móvil, concluí que para eso están los poderes oscuros de los servicios secretos.
El embajador-funcionario, amable y reservón, me anunció que el doctor Castro me recibiría en La Habana los días jueves y viernes 23 y 24 de agosto.
Escribí de mi puño unas letras de agradecimiento para Sergio y traté de olvidar el asunto. Obedeció la corteza frontal de mi cerebro, sede del razonamiento crítico. Pero no así el llamado eje del terror arrellanado en el sistema límbico, en donde arden de fervor la amígdala y su corteza singular anterior. En los meses previos al encuentro habanero mis sueños y pesadillas nocturnas se poblaron de barbudos en Sierra Maestra, del Ché y su imaginería e incluso del glamour gansteril de Lucky Luciano y de Meyer Lansky en La Habana de cuando Fulgencio Batista. Una noche vi a Fidel embalsamado en vida. Me dio por sonambulear con Neruda, Asturias, Rulfo, Carpentier, Paz, Jorge Amado y ¡como no! con Gabo.
Con García Márquez no sólo hablé en estado narcótico sino también por teléfono. Actuó de alcahuete un viejo amigo casado con una bella dama colombiana, con raíces y casa palacio en Cartagena de Indias.
Gabo me trató con deferencia y me obsequió con su caliente verbosidad caribeña. Aconsejóme el maestro sobre la manera de bienllevarme con Fidel tanto en las formas, como en los fondos.
Pregunté al creador de Macondo:
− Maestro, ¿no se nos morirá el Comandante antes de nuestra charladera agosteña?
− ¡No joda doctor, no lo quieran los dioses!, contestó Gabo.
Ignoro si el de Aracataca se refería a un posible carajal a la muerte de Fidel, o si era, simplemente, el deseo de un buen amigo del fundador del castrismo.
Mi parte zen me aconsejaba no prevenir en modo alguno mi visita a Fidel. Vivir el presente y, una vez en La Habana, dejarme guiar por lo que entonces fuera presente.
Los meses siguientes anduve atento al instante que transcurría cada instante, a las yemas que se abrieron en primavera y a la brisa que doblaba los árboles e inclinaba la mies. Intenté habitar en mi vida sin atribuir mi soledad a una conspiración del universo mundo contra mí.
De cuando en cuando recibía algún recado de la embajada cubana para confirmar extremos del viaje, que pagué con cargo a puntos Iberia plus. Reservé habitación en el Hotel Nacional de La Habana, el de más sabor que he conocido. Su suelo es igualico al de la casería de Los Cipreses de Granada. El misterio se desveló cuando la historiadora que me enseñó las tripas del edificio confirmó que toda su azulejería se fabricó en Granada allá por los años veinte.
Pasé unos días a cuerpo de virrey en el cuarto 804 del Nacional. Digo yo que en mi aposentamiento en su planta más noble y codiciada algo tendría que ver el “apparátchik” del partido comunista de Cuba. Sin descartar el efecto que pudo producir el billete de veinte euros que deslicé en la mano de Lisette, agraciada señorita recepcionista.
Embajada y consulado cubanos en Madrid me advertían con insistencia que allá no se admiten tarjetas de crédito emitidas por bancos USA, que el dólar norteamericano está castigado con un impuesto elevado y que no llevase celular con GPS incorporado ni ningún otro equipo de comunicación satelital, en palabras de la Aduana General de la República. No atendí esta última recomendación pues me acababa de comprar un chisme nuevo con cámara incorporada de cinco megas que, sin comerlo ni beberlo, resultó llevaba en sus entrañas un GPS.
Durante el vuelo a La Habana fui maquinando en mi caletre si declaraba la existencia de semejante artefacto, como exige la norma local, o, me hacía el longui y que fuera lo que Dios quisiera. Nada pasó, salvo la guasa del mismísimo Comandante en Jefe cuando le conté que sus servicios de aduanas y de inteligencia no habían olido que este menda llevaba encima un trasto con GPS. Fidel dijo:
− Ustedes los gallegos sí que son…
Cosas de la dictadura y del embargo, o bloqueo, o como se llame lo que el Imperio Usa, así motejado por Fidel, aplica a la isla desde los tiempos de Maricastaña. A los que mandan en Cuba los dedos se les antojan huéspedes y ven agentes secretos y mercenarios contratados por la “gusanera” de Miami hasta en la sopa. Tampoco es manco lo de Guantánamo y la fallida invasión de Bahía de Cochinos allá por el año 1961. ¡Y la crisis de los misiles de octubre de 1962! Por cierto que mi valedor Sergio del Valle estuvo en el puesto de mando, codo con codo con Fidel, en aquellos días en que el mundo estuvo en un tris de irse al carajo.
La gran limousine negra me depositó en una hermosa quinta rodeada de un par de hectáreas con caobos y ceibones de alto copete. Soy incapaz de situar la mansión de Fidel y de estimar la distancia recorrida en nuestro trayecto. Ni siquiera aseguro que no me llevaran al estilo taxista, o sea, dando vueltas para alargar el camino y despistar al pasajero. Tampoco ayudaban los cristales tintados del cochazo y las cortinillas que me protegían de cualquier curioso y me impedían ver tres en un burro.
A la puerta me esperaba un ayudante militar color café con leche. La piel del oficial, no el uniforme, que era verde oliva. Tendí mi mano, que estrechó no sin antes cuadrarse reglamentariamente. Cruzamos porche y vestíbulo coloniales y accedimos, por una puerta disimulada en un trampantojo, a un corredor, que daba a otro corredor y luego a otro más, todos ellos forrados de caoba de la buena, no de la africana. En menos tiempo del que se tarda en llegar a las puertas letra K de la nueva terminal del aeropuerto de Barajas, estábamos en el antedespacho de otro antedespacho que, este sí, lindaba con el despacho del jefe.
Otro oficial, de mayor rango pero igual de bien plantado, me indicó amablemente que aguardara unos minutos a que el Comandante terminase de despachar no se qué vaina. Una mucama me sirvió con obsequiosidad un cafecito y un agua mineral sin gas. Concretamente Aqua Panna.
Muebles de época y Fortunys, Sorollas, Plas, Rusiñoles, Casas y esas cosas mediterráneas y luminosas colgaban de las paredes.
Siete minutos más tarde apareció un señor vestido de paisano que con suavidad vaticana me refrescó los términos convenidos para las entrevistas. Agradecí el recordatorio y también la confianza que demostraron al no cachearme. No pasé bajo ningún arco detector de metales. El paisano me explicó que el Comandante en Jefe había optado por recibirme en sus habitaciones privadas. A tal fin nos encaminamos a la otra punta de la mansión.
− Como ya usted sabe el Comandante continúa, satisfactoriamente eso sí, el proceso de recuperación de su incidente de salud y prefiere atenderle en su salita de estar.
De pronto, al pasar la decimonona puerta, atmósfera, mobiliario y decoración cambiaron de aire. Estaba entrando en una especie de casa burguesa de los años treinta, arreglada con muebles modernistas de firma. Me enamoré de una cómoda de madera de alcanforero que era una belleza.
Sentado que estuve en un sillón art-decó apareció un ama de llaves que resultó llamarse Carmiña y ser de Ourense. Carmiña no había perdido ni un matiz de su cerrado acento y me dijo con gracia que el Dr. Castro estaba terminando de acicalarse. Ofreciome otro cafecito, que rehusé por la cuestión de la tensión arterial, que a esas alturas tenía ya disparatada por el subidón de adrenalina.
En cinco minutos se me apareció Fidel en color azul purísima, embutido en chándal y deportivas marca Adidas.
− Bienvenido a casa joven. Tiene usted buenos amigos.
Saludé con llaneza y parquedad al anciano, extremadamente delgado, pálido y débil, pero ciertamente con sus pupilas como carboncillos encendidos. El ochentón estaba avellanado, pero no andaba con la barba por el suelo.
− Pregunte lo que guste. Cuento con su discreción. Gabo dice que escribe usted en buen castellano de allá y que no es periodista, cosa que se agradece.
Reconocí al Comandante su deferencia y dejé claro que no pensaba tomar notas de nuestra charla y que si, más adelante, decidía escribir un relato, le haría llegar el texto antes de darlo a leer a persona alguna. Me interesé por su convalecencia.
− Pues mire usted gallego, voy mejorcito. He ganado peso y fuerza, pero mentiría si no le dijera que esta vaina dura más de lo que yo esperaba y conviene al pueblo cubano.
Me hubiera gustado preguntarle por la autoría de la decisión de operar sus hemorragias intestinales mediante una laparoscopia, en lugar de abrirle la barriga de cabo a rabo. Me abstuve de indagar a quien se le ocurrió llamar, para la segunda intervención, a cirujanos españoles. Elegí desflorar la charla demandando al Jefe sobre sus pensamientos al encontrarse, lúcido, ante la muerte. Fidel puso esos morritos que utiliza cuando quiere decir una pillería y soltó:
− ¡Carajo con el amigo de Gabo! No creerá usted, caballero, que un viejo marxista se va a asustar por estirar la pata una vez cumplido con su deber de buen revolucionario. Además, recuerde usted doctor que estudié con los jesuitas…
Tenía la opción de intentar sacarle punta a esta anfibológica frase, pero a ello renuncié para evitar que se le fuera la sinhueso y me soltara un rollo ortodoxo sobre el paraíso del proletariado y demás zarandajas. Preferí preguntarle por sus relaciones con la Iglesia.
− Verá usted amigo Torres, yo respeto cualquier creencia pero, como responsable político, me preocupa lo que está pasando en Estados Unidos. El imperio, que está derrotado moralmente, retrocede hacia la religión, de manos de los neoconservadores. Ya usted sabe que ahora mismito hay más telepredicadores en las cadenas americanas que nunca jamás. Los republicanos están jodiendo al planeta y ni siquiera saben cómo salir de Irak o de Afganistán lo antes posible y sin perder la cara. Las elecciones parlamentarias ya las han perdido y también perderán las presidenciales. Pero el mal está hecho. La influencia de los “neocon” está dando alas por doquier a las fuerzas de la derecha para sostener que el estado estorba. Su alianza con los poderes religiosos intenta debilitar el racionalismo ilustrado. ¡Qué razón tenía san Carlos Marx cuando tildó a la religión de opio de los pueblos! Es el retorno de los brujos. Recomiendo a usted que lea el libro del mexicano Fernando Vallejo que se llama “La puta de Babilonia” o algo asina.
Dejé respirar al Comandante pues se estaba encendiendo por momentos, no fuera a darle un patatús antes de terminar yo con un trabajo que nadie me había impuesto y que no sabía muy bien en qué consistía.
Cambio el tercio y pregunto por Europa.
− Europa anda también medio jodida y no me refiero a Blair o al bajito del bigote, que ya están fuera del poder por sacar los pies de sus alforjas metiéndose donde nadie los llamaba, sino al meollo de la cuestión europea, que no es otro que el regreso del nacionalismo y sus utopías de identidad nacional. Mis servicios me han dicho que usted vivió en los años setenta en Venezuela, pero supongo que su cultura sigue siendo europea. ¿Usted cree que Europa va a parte alguna con las reivindicaciones nacionalistas del País Vasco, de Cataluña, de un puñado de belgas y con todo ese desafuero de los países del Este? ¿Qué jugueteo es la broma esa de los serbios y los albanokosovares? A los españoles se les llena la boca cuando hablan de la Santa Transición a la democracia. Pues yo le digo, joven, que los inventores del “café para todos” han jurungado bien a España, quizás por los siglos venideros. Para resolver dos problemas no hay que crear diecisiete. ¿Y qué piensa usted, doctor, de la Rusia actual de mi ex camarada Putin? Pasó de dirigir la KGB a mandar en una suerte de Estado fascista al servicio de las mafias. Dice Hobsbawm que Putin ha logrado que los gánsters obedezcan al estado ruso, pero creo yo que están a la recíproca. El viejo historiador hace ver que los fundamentalismos afectan a todas las religiones, incluyendo el giro del catolicismo con los últimos Papas, o el de las comunidades protestantes de Estados Unidos. La consigna es ahora evangelizar a políticos y poderosos.
− Usted ya ve caballero, resulta que tengo que ganar diez kilos de peso, cuando toda la vida mis médicos me recomendaban adelgazar. Para ello me quité de la vaina del cigarro habano y del roncito añejo. A propósito de cosas agradables, recuérdeme mañana que diga a mi gente que envíen a su Rey unas cajas de Cohibas y algo de ron. Me resulta mucho más fácil entenderme con el Rey que con los presidentes de gobierno que han tenido allá desde que murió Franco. Dejo aparte a Felipe, que es un tronco legal aunque metiera a España en la OTAN y en toda esa vaina del Mercado Común.
Este menda no quería mirar su reloj. Fidel no lo cargaba en su muñeca. La medida de nuestro tiempo era dada por uno de pared, cuyo carrillón anunciaba los cuartos, las medias y las horas completas. Cuando sonaron las seis de la tarde, crucé los dedos confiando en que al Comandante se le hubiera ido el santo al cielo marxista.
− Mire doctor, aunque ya pasó la hora convenida, vamos a seguir la charladera un ratico más. Europa se equivoca alineándose con el imperialismo norteamericano. En USA empieza a oler como cuando la caída del imperio romano. A podrido.
Y ahí me tienen ustedes diciéndole al derrocador de Batista que, siendo evidente que a lo largo de la Historia unos imperios suceden a otros, la caída de los gigantes lleva su tiempecito. Unos cuatro siglos en el caso de Roma.
− Olvida usted joven, que la Historia se acelera, que la globalización económica si bien es ahora capitalista, puede servir de caballo de Troya para, mutatis mutandis, expandir una economía socialista, planificada y centralizada. Recuerde, estimado doctor, que USA es el país con mayor deuda exterior desde que el mundo es mundo. Y ¿sabe usted jovencito quiénes tienen la mayoría de los bonos del tesoro USA? Pues Japón y China y el acreedor tiene guindado por las bolas al deudor. ¡Así va el dólar!
¡Ahí quería yo ver al que bajó de Sierra Maestra luciendo los soles de primavera! Le hice notar, con la corrección que me caracteriza desde que fui domesticado socialmente, que el gobierno chino está empeñado, desde hace muchos años, en una operación de abrir la economía a una especie de capitalismo de mercado, si bien manteniendo un severo control del sistema político comunista. Terminé por insinuar la posibilidad de ensayar en Cuba algo parecido, evitando así el merequeté de la antigua URSS.
Para aliviar el peso de asuntos tan enjundiosos le conté al abuelo Fidel que, en la Navidad española, la demanda china de nuestras casi extinguidas angulas hace estragos en los precios. Los chinos están dispuestos a comprarlas pagando un Perú, para echarlas en sus arrozales, donde se comen un parásito. Así salvan sus cosechas, y luego, esas angulas van y crecen y se convierten en anguilas. Entonces los chinos se las venden a los japoneses y hacen un negocio redondo. Mi cuento chino-japonés, real como la vida misma, relajó a Castro, pero poco.
− Aparte de que espero ver cómo termina el experimento chino, nuestro caso es bien diferente porque tenemos encima la sombra de la bota imperialista yanki y la gusanera de Miami ya se está repartiendo el pastel de mi isla. ¿Desea usted que vuelvan al Hotel Nacional los clanes mafiosos norteamericanos para que reconstruyan los prostíbulos y casinos de juego de la época de Batista?
Expresé al Comandante mi deseo de que los cubanos prosperen y encuentren a buenas su vía de libertad y convivencia. Me abstuve de comentar que en La Habana de hoy no habrá prostíbulos como los de antes, pero sí turismo sexual. Que está penado por una ley de dudoso cumplimiento. Porque lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Pero sí le hablé de la sangría de la emigración clandestina cubana, que actualmente se hace en barquitos que tocan tierra en Isla Mujeres, México, y luego, un pié tras otro, hasta USA.
En la cabeza tenía lo que Leonardo Padura me había dicho antier, tras la niebla de un espléndido Partagás en Le Parisien, el cabaret del hotel. Lo que más le preocupaba es que los hijos de su generación se están yendo de Cuba; que se van los mejores, los más inteligentes y los más preparados. “Dicen que son los hijos del cansancio histórico”, me repetía Padura con tristeza.
− No puedo impedir que una cuerda de vagos y maleantes se vaya a conspirar a Miami. España exportó, en los años cincuenta y sesenta, seis millones de nacionales. A Suiza, a Alemania, a Francia, a nuestra América. Y qué le voy a contar del exilio que provocó su guerra civil, que nutrió de intelectuales a las mejores universidades de América del Norte, Centro y Sur. No olvide usted que en Cuba no existe ni un solo caso de explotación laboral infantil, y que toda nuestra población está escolarizada con un nivel de educación que ya quisieran los gringos para sí. Le recuerdo que en todo el mundo hay decenas de millones de niños que son inhumanamente explotados, a veces como trabajadores de multinacionales occidentales.
¡Coño, el Comandante me lo había puesto a huevo! Pero eran las seis y media y quizás me jugaba la cháchara de mañana tarde, si le hacía ver que en España hubo un golpe de estado contra el gobierno constitucional y luego una larga dictadura, de derechas eso sí. Hubiera tenido que explicarle que no pienso elegir entre Stalin y Hitler. Que la falta de libertades engendra pobreza y emigración. Que de pequeño me negaba a contestar a la capciosa pregunta de si quería más a papá o a mamá. Digo yo si el Comandante se habrá cerciorado de que Adidas no contrate niños tailandeses o malayos.
Cambio de tercio y pregunto por su hermano Raúl.
− Raúl se está portando como un buen revolucionario. Gobierna como tiene que gobernar, y yo estoy informado de cuanto debo conocer y mando cuanto debo mandar. Y le digo más: el año que viene me vuelvo a presentar a las elecciones de mi Cuba. De mil amores. ¡Yo sí como candela!
Obligado era quedar bien con mi amable y obcecado anfitrión de ochenta y muchos años y me salió del alma ofrecerle suspender nuestra charla hasta mañana. El viejo me miró como si yo fuera muy de casa.
− Abogado, que conste en acta que es usted quien levanta la reunión. Mañana le contaré una cosa bien sabrosa que no he revelado a nadie, ni siquiera a Raúl. Y menos a Oliver Stone o a Michael Moore. Pura Historia, y de la grande. Escuche amigo, quiero decir una última palabra sobre la emigración de los pobres para vender su mano de obra allá donde habitan los plutócratas. Por las claras diré que el colmo de los colmos es que ahora resulta que esa masa laboral que se desplaza se ha convertido en la piedra angular del crecimiento de la economía capitalista. Tome nota joven: la Western Union, la gran intermediaria gringa que monopoliza el negocio de las transferencias de las remesas de dinero de los emigrantes hacia sus familias y países de origen, tiene en todo el mundo cinco veces más sucursales que MacDonald’s, Starbucks, Burger King y Wal-Mart juntas. Los emigrantes, explotados vilmente hasta las cachas, envían a sus casas, todo ajuntado, más del triple del dinero total que los países ricos dedican a la mal llamada ayuda exterior.
El Comandante me tocó en el antebrazo con la clásica e higiénica palmadita caribeña y me aconsejó que subiera de atardecida al castillo de San Carlos a contemplar la ceremonia que rememora el cambio de guardia de cuando reinaba Carolo.
− Abogado, que conste en acta que es usted quien levanta la reunión. Mañana le contaré una cosa bien sabrosa que no he revelado a nadie, ni siquiera a Raúl. Y menos a Oliver Stone o a Michael Moore. Pura Historia, y de la grande. Escuche amigo, quiero decir una última palabra sobre la emigración de los pobres para vender su mano de obra allá donde habitan los plutócratas. Por las claras diré que el colmo de los colmos es que ahora resulta que esa masa laboral que se desplaza se ha convertido en la piedra angular del crecimiento de la economía capitalista. Tome nota joven: la Western Union, la gran intermediaria gringa que monopoliza el negocio de las transferencias de las remesas de dinero de los emigrantes hacia sus familias y países de origen, tiene en todo el mundo cinco veces más sucursales que MacDonald’s, Starbucks, Burger King y Wal-Mart juntas. Los emigrantes, explotados vilmente hasta las cachas, envían a sus casas, todo ajuntado, más del triple del dinero total que los países ricos dedican a la mal llamada ayuda exterior.
El Comandante me tocó en el antebrazo con la clásica e higiénica palmadita caribeña y me aconsejó que subiera de atardecida al castillo de San Carlos a contemplar la ceremonia que rememora el cambio de guardia de cuando reinaba Carolo.
Un día digo a una de las mulaticas que arreglaban las habitaciones, llamada Odalis, si puede ocuparse de la mía con cierta premura.
− ¡Cómo no mi vida! me contesta.
Como se pongan así estas chiquitas, ya de por sí un poco sateras, igual voy y me quedo en Cuba, me dije para mis adentros. ¡Ay yayayayay con Yleana, Yamil, Broselianda y Zulay!
Otra mañanita oí que las chicas cuchicheaban.
− Mira Roxana, ¿quién arregla hoy el cuarto de ese doctor tan limpico de la 804?
La encargada de la tienda de artesanía, mi prima Niurka Rojas, gastaba un habla melosa y precisa. Cuando compré una guayabera en su comercio, que en realidad no era suyo, sino del Estado cubano, habló de que no me veía como persona alcucera. Recordé que en Andalucía una alcuza es una aceitera. Aún hoy, por aquellas tierras y también por los campos extremeños se dice de alguien que es alcucero, no porque venda aceite en alcuzas, que de eso se encargan los carrefoures de turno, sino por ser persona cotilla o chismosa.
La doctora que lleva los servicios médicos del hotel me toma la tensión con mimo, después de regalarme veinte minuticos de charla. ¡Con razón me salía bien el examen cuasi diario! Me recomienda que no se me ocurra tomar agua mineral con gas. ¡No entiendo porqué ningún médico compatriota me ha advertido nunca de semejante cosa! Para irritaciones cutáneas me aconseja la doctora preparar una infusión con hojas de guayaba y con su torunda correspondiente secar la piel.
Me acuesto temprano. No estoy dispuesto a ver ningún canal de televisión en chino sea mandarín, tonquinés o de Nanking. Igual me da, que me da lo mismo.
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Tres tardes con Fidel Castro II
Las horas contadas
Segundo encuentro
A las cuatro en punto de la tarde siguiente, día viernes 24 de agosto, el gran coche negro me recogió en el hotel Nacional para llevarme de nuevo ante Fidel.
A pesar de que soy un poquito miope; a pesar de los cristales tintados y de las cortinillas bien corridas; a pesar de que yo no cargaba GPS ni en mi celular ni en parte alguna de mi anatomía, advertí que andábamos por unos andurriales distintos a los de ayer. No me engañaba, pues me plantificaron en un caserón estilo realismo soviético, más feo que la tiña.
Abrevio el cuento y omito describir las desangeladas galerías y meandros que corrimos, de la mano de camaradas distintos a los de ayer. Hasta que me topé con Carmiña, que esta sí que era la misma, o su clon.
La de Ourense abre unas puertas correderas y héteme aquí que me encuentro, en un gimnasio con instalaciones a tutiplén, de cara con el mismísimo Comandante en Jefe, que andaba el pobre sufriendo en una cinta de esas que inventó el maligno para no pasear por la calle por donde va uno tan ricamente y sin pagar.
− ¿Cómo le fue doctor? ¿le incomoda a usted que charlemos mientras cumplo con las prescripciones facultativas?
Aseguré al doctor Castro que me parecía de perlas y agradecí de nuevo el tiempo que me donaba y la familiaridad de su trato. Me permití preguntarle si el edificio en que estábamos era una sede administrativa o, antes bien, otra residencia.
− ¿Usted sabe cuántas veces han intentado liquidarme los servicios secretos del Imperio? Es mi deber tomar ciertas precauciones para privarles ese gustazo a los lacayos del imperialismo. A mí no se me afrijola tan fácilmente.
Luego era verdad la leyenda de que Fidel nunca duerme días seguidos en la misma cama. No quise jugar a adivinar la cifra de veces que habían intentado darle matarile y preferí indagar en su misteriosa promesa de ayer.
− Pues mire usted, amigo Torres, estoy puto de que los libros y las hemerotecas atribuyan el pacífico final que tuvo la crisis de los misiles a Kennedy y al camarada Nikita Jrushchov. Minimizan ante la Historia mi papel y eso me da mucho coraje. Yo creo firmemente que yo fui el más consciente y paciente de nosotros tres. Tenía bien clarito que era mi deber preservar al planeta de lo que hubiera sido, sin ninguna duda, la tercera guerra mundial. Ya sé que usted es muy aplicado, pero le ruego que me escuche como si estuviera hablando de amor con Catherine Deneuve. Ahora sí que voy a platicar con usted cosas que no he contado a casi nadie.
− Kennedy estaba en serios aprietos pues le achuchaban los halcones del Pentágono y algún que otro consejero civil que se había vendido a los republicanos. Eso por un lado. Por el otro, el campesino Jrushchov era prácticamente rehén de algunos generales y mariscales del ejército ruso quienes, unidos al ala dura del partido comunista, estaban en vías de perpetrar un golpe de estado por considerar que el bolchevique del zapato en mano en la ONU era un blando. Y yo en medio de ambos, con mi pueblo padeciendo un calvario y cómplice, no del todo voluntario, de la instalación en mi isla de plataformas de lanzamiento de misiles con cabeza nuclear que alcanzaban una buena porción del territorio de USA. Incluso en mi partido comunista tenía yo mis problemillas con algunos mencheviques que me acusaban de ser poco menos que un aventurero putchista pequeño-burgués. Los muy cabrones habían colaborado con Batista y me querían dejar en la calle y sin llavín.
Intuí que era bueno dar un respiro al anciano que me miraba con los ojos que ponen los locos cuando están soltando una verdad como un puño. Para ello utilicé la treta de pedir más limonada y, de poder ser, galletas maríafontaneda, de las que ayer había merendado Fidel.
− Abra bien los oídos, joven. Ni McNamara, ni Gromiko, ni el hermano de Kennedy, ni menos mis embajadores tenían poder ni tiempo para conseguirme lo que logró la madre de Carmiña, que se llamaba Manoli y trabajaba para mí con la lealtad que ha heredado su hija.
No caí de culo gracias a que el sillón estilo remordimiento tenía un respaldo a prueba de saltos del padre prior. Entonces si que lamenté no llevar una grabadora encima, o cuando menos, tener a mano papel y lápiz.
− Mi fiel Manoli, que me veía mucho más preocupado que cuando me eché al monte para tumbar al carigordo comemierda de Batista, me dijo que el cocinero de la Casa Blanca era de su pueblo y que Kennedy le tenía en mucha estima.
Mi gozo en un pozo. Pensé que el Comandante estaba más loco que una cabra y que qué moños hacia yo charlando con él. Pero no había más cáscaras que mantener el tipo y obedecer al Comandante tratando de ver en él a la Deneuve que trabajó con don Luis Buñuel.
− Me faltó tiempo para decirle a Manoli que necesitaba hablar urgentísimamente con el presidente Kennedy, quien no debía atenderme en su despacho sino en un teléfono limpio de escuchas y sin otra presencia que la de su hermano Bob. Manoli tomó el encargo como si le hubiera pedido un caldo gallego para cenar y se fue sin decir oste ni moste.
Mi yo surrealista empezó a pensar que, bien mirado, lo que estaba oyendo era más divertido que si al Comandante le hubiera dado por decirme que tenía, en un arcón de su habitación, el otro brazo incorrupto de Santa Teresa y me aposté de muestra como perro perdiguero.
− Le dije a mi gente que, entretanto, me comunicaran a como diera lugar con Jrushchov y, traductores de por medio, le pedí al camarada veinticuatro horas sin un solo movimiento de sus tropas en las bases de mi territorio. Y que ningún navío soviético, de guerra o mercante, intentase romper el bloqueo naval de los norteamericanos. Recuerde usted, amigo Torres, que un proyectil soviético del tipo SAM acababa de derribar en suelo cubano a un avión espía U2 de las fuerzas aéreas USA. Para colmo de males el piloto resultó ser católico como los Kennedy y, además, parece que buena persona. Ya usted sabe que el lobby judío y los anglicanos, calvinistas, evangelistas y demás hierbas, estaban desesperados por echar a los católicos de la Casa Blanca, sí o sí.
Me vino a las mientes que este cuento gallego caribeño era mucho más majo que las cacas de novelas históricas que tantísimo éxito tienen en la actualidad. Y yo allí, en La Habana, sin poder ir al barbero y depositario único, a título universal, de la confesión de un viejo rojo, auténtico resistente al cambio climático y a cualquier terremoto ideológico. Puro pleistoceno.
− Jrushchov me asegura que haría todo lo humanamente posible para que sus guardianes respetaran una especie de tregua de veinticuatro horas y tiene la prudencia de no preguntarme de qué iba la vaina. Nada más colgar al del Kremlim, me advierte mi secretario que Manoli le manda decirme que en el teléfono de la cocina está el presidente Kennedy al aparato. Me zumbé como una liebre escaleras abajo y agarré como un poseso el teléfono que pendía de la ajedrezada pared de la cocina. Por cierto, que el teléfono era uno de esos de bakelita, fabricado por la ITT norteamericana y más prieto que un negro mandinga.
Palpo el bolsillo de mi chaqueta y me entra el canguelo al descubrir que he olvidado la pastilla para controlar la hipertensión. Tocaba tragarla a las cinco en punto. Me consuelo pensando que tampoco era una mala manera de palmarla, aunque mi cadáver terminase pasto de los tiburones que nadan bien cerquita del malecón, y que si moría en brazos de Fidel, a ver quién de los míos podía presumir de muerte tan descomedida.
− Total, que allá mismito voy y le digo a Kennedy, con mi inglés que entonces era bien bueno, que si conseguía aguantar 24 horas sin bombardear las plataformas de misiles y si abrían unos pasillos en el mar, yo le prometía que los soviéticos desmantelarían todas las rampas y se llevarían todos los cohetitos, con sus cabecitas nucleares, que pudiera haber en Cuba y que, francamente joven, le diré que nunca supe cuántos fueron, aunque se dijo que eran cuarenta y dos de alcance intermedio. ¿Tiene usted prisa? ¿Sabe usted que Kennedy me hablaba también desde un teléfono instalado en la cocina de la Casa Blanca?
El Comandante, mayor pero no lelo, se estaba dando cuenta de que un color se me iba y otro se me venía y se puso a jugar conmigo haciéndose el interesante, como si fuera necesario añadir intriga a la intriga y meter fuego al fuego.
− Para que no me regañe mi equipo médico habitual voy a abreviar. Encajaron todas las piezas, Jrushchov, que era hombre de paz y no como algún premio Nobel, cumplió su parte del trato y ordenó a sus dos hombres fieles destacados en La Habana que empezase el desmantelamiento. Para que vea que conservo la memoria le diré que se trataba del camarada Rashidov, entonces secretario del Partido en Uzbekistán y de mi amigo el mariscal Biryuzov, jefe de las Fuerzas Coheteriles Estratégicas de la URSS.
Fidel tomó un sorbito de su guarapo y mordió sin mucho interés una galletica.
− Los U2 de las fuerzas aéreas norteamericanas empezaron a comprobar que los rusos recogían los bártulos nucleares y se volvían para su tierra. Me contaron los nuestros que en una ocasión faltó un pelo para que chocaran navíos rusos y americanos, aunque supongo que de esto se enteraron por alguna emisora de radio, porque nosotros no teníamos ni barcos, ni aviones, ni nada de nada. En fin, que la crisis acabó sin una guerra mundial termonuclear y que evité la invasión de Cuba. Es cierto que hubo tensión entre nosotros y la URSS, pero nuestra alianza aguantó mal que bien hasta el final de la guerra fría.
Entendí que la revelación ya estaba completa y que era mejor no entrar en detalles porque la realidad supera al arte. Me limité a comentar que lo que no consiga un gallego no lo consigue nadie.
− Así es joven. Carmiña está convencida de que el Niño Jesús nació en Santiago de Compostela. Dice que los Reyes Magos de Oriente fueron guiados a tierra gallega por la famosa estrella y de ahí lo de Compostela, que es campo de estrella y no compóntelas como puedas, como pensaba yo. La buena de Manoli le metió en la cabeza a su hija que otra prueba irrefutable del nacimiento del Niño Dios en tierras gallegas es que su mote de Jesús “el Galileo” es una mala traducción del arameo. La versión buena es Jesús “el Galego”.
Al despedirme, Fidel me preguntó si todavía tendría tiempo de parlotear una tarde más antes de regresarme para España.
Ni que decir tiene que acepté. El jugo de lo que resultó ser larga propina, me lo reservo para futura ocasión, si es que ésta se presenta y yo sigo vivo, que hay mucho loco suelto.
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Tres tardes con Fidel Castro. Punto y final.
Las horas contadas
Coletilla
De regreso al Hotel Nacional practico la autocrítica y me lamento de no haber sido capaz de llevar al facundo de Fidel al huerto de sus gustos en materia de cine, literatura, gastronomía y otras cosas. De mujeres, por ejemplo. En mi confesión privada me absuelvo, ya que en nuestra plática ha pasado algo que merece la pena ser contado.
Mas la jodía culpa no ceja y ahora me echo en cara no haber rebajado los humos al Comandante cuando se pavoneaba por el triunfo de la izquierda en América Latina. Lo cierto es que no encontré el modo y manera de meter baza y tratar de explicarle al barbas que allá hay tantas izquierdas como países. Ya se sabe que no tiene mucho que ver el color ni la estatura con las cosas del querer; y que la izquierda chavista de Venezuela, se parece como un huevo a una castaña a la de Bachelet en Chile. Ni ésta a la populista de los Kirchner en Argentina. En Colombia han inventado una cosa, el Polo Alternativo Democrático, que recoge desde la socialdemocracia clásica al comunismo irredento. En Perú Alan García lidera un partido de vieja estirpe izquierdista y está diciendo ahora a los peruanos que lo importante es cazar ratones. Rafael Correa en Ecuador es más nacionalista que izquierdista.
Frente al reformismo criollo se alzan los líderes de un indigenismo que se siente explotado tanto por los españoles de la conquista como por sus descendientes los criollos. Así el boliviano Evo Morales y el nicaragüense Daniel Ortega. Al guatemalteco Álvaro Colom y al costarricense Oscar Arias, no sé ni dónde ponerlos. Tabaré en Uruguay y Lula en Brasil parecen más bien izquierdistas de lo posible.
¡Para qué iba yo a amargar la tarde al Comandante dándole una lección que maldita la gracia le hubiera hecho! ¿Cuánto va que me hubiera mandado a hacer leches? Otrosí digo. En la práctica, ni en Venezuela, ni en Bolivia, ni en Ecuador, ni en Guatamela, sus gobiernos han traspasado los límites de un capitalismo de Estado. Lo que Castro llamaría, si fuera sincero y coherente, un “orden burgués”.
Lo que si comenté a mi ilustre confidente, fidelísimo leedor de novelas de espionaje, fue que Smiley, el personaje de John Le Carré, ya se quejaba en plena guerra fría de que habíamos renunciado a demasiadas libertades para ser libres y que ahora tenemos que recuperarlas.
Pero Fidel anda en su Babia de buen revolucionario heredero del buen salvaje y ve las cosas por tela de cedazo.
En La Habana a diciembre de 2013
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Temporal en en Mar Cantanbrico.
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¡QUÉ FRÍO!
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Granada: Los Cipreses, en nuestro común recuerdo.
(Cuando muchacho, en la casería de Los Cipreses)
Unos correos escritos por Inma Castro volaron hasta mí,
cual doradas mariposas de la infancia. Por unos momentos,
he dejado de ser el rey del olvido.
Ella también vivió en Los Cipreses…y,
leyendo, leyendo, sus cartas me abrieron los sentimientos.
Inma Castro también vivió en Los Cipreses
Primer correo
Hola, me pongo en contacto usted porque tenemos algo en común: los dos hemos vivido en la Casería de los Cipreses.
Da la casualidad que yo he vivido en ese lugar durante muchos años. Desde los años 70 hasta el año 2000, mis padres eran los guardeses de la finca y los que la labraban, así como también la protegíamos de los ladrones y vándalos que la están expoliando actualmente.
Le he descubierto a raíz de leer una noticia en la prensa sobre el deterioro que está sufriendo la Casería Los Cipreses y lógicamente lo siguiente es buscar información en internet, y lo primero que leí fue su blog y su historia vivida en ella.
Me ha hecho conocer muchas cosas e imaginarme como tantas veces hice, como sería la casa señorial, como serían los jardines y ese camino que llevaba a unos cipreses que quedaban al final, cerca de la casería vecina....como vivían en épocas anteriores sus dueños y me ha gustado saber que era lugar de veraneo para toda la familia, primos y amigos, pues cuando nosotros vivíamos ahí algún pariente venía a pasar unos días a la casería pues siempre había sitio.
Yo he tenido el privilegio de vivir en ese entorno, de disfrutar los jardines, los árboles, los frutales, la casa, y también del duro trabajo del campo, cuidar de los animales y de la casa, que no por no ser nuestra era menos querida y cuidada.
La recuerdo vagamente cuando estaba en todo su esplendor, finca y vivienda, porque yo era muy pequeña cuando "los Rojas", dejaron de venir. Nosotros vivíamos en la vivienda de los guardeses, la casa señorial era nombrada por nosotros como " la casa grande", que quedó vacía cuando sus herederos se llevaron todo el mobiliario. Cuantas veces la recorrí, imaginando las historias vividas entre esos muros, lo bien que lo pasarían los niños jugando, pues siempre que nos visitaban los primos nuestro juego favorito era jugar al escondite, entre tanta habitación y maravillosos escondrijos!!!, incluso alguna noche entraba sola buscando la compañía de algún fantasma, pues mis hermanos mayores insistían que alguno había, pero yo nunca encontré nada, si bien es verdad que no aguantaba mucho tiempo buscando, sobre todo, me daba miedo la despensa que había bajo la escalera, durante mucho tiempo estuve convencida de que no tenia fin y que se hundía en las profundidades...
No quiero aburrirle, pero son tantos los recuerdos, ya que no solo la disfrutaba en verano, si no que veía como cambiaba con las estaciones, andar bajo el manto de las hojas, correr sobre la nieve....
Por cierto, dos primas son actualmente monjas Clarisas Capuchinas en el convento de San Antón, y cuando voy a verlas reconozco algunas sillas que estaban en la casa señorial, o eso creo, y que ahora albergan los locutorios de las hermanas, herencia imagino que de la tía Emilia. Casualidad, una vez más.
Es una pena como ha sido desnudada, han robado las rejas, las solerias, puertas etc., y no he querido seguir mirando más imágenes del expolio pues me entristece enormemente el estado en el que está, pues si bien cuando vivíamos allí no estaba en su máximo apogeo si estaba en mejor estado.
Recuerdo el carril de entrada flanqueado por majestuosos cipreses, que también estaban plantados alrededor de la casa, en su mayoría fueron quemados, estos y otros árboles por incendios provocados, no se sabe por quién, unos años después de nuestra partida . A lo largo de nuestra estadía sufrimos varias veces algún incendio provocado perdiendo varias cosechas, y de no ser por que vivíamos allí, actualmente la casería también se hubiese quemado.
Nosotros dejamos de vivir allí hace unos 13 años, cuando fue vendida, pues mis padres ya mayores querían pasar su vejez sin tantos trabajos, así que nos mudamos a Maracena. Imagino que era la inmobiliaria la responsable de dejar protegido este patrimonio, pero ya ve que siempre ha imperado el interés comercial y no el patrimonio cultural y etnológico, y lo que es peor con el beneplácito de la administración.
Comparto con usted el interés, la admiración por esta construcción y la preocupación por su futuro, por el cual no albergo muchas esperanzas, pues ya cuando dejamos mi familia y yo de vivir en ella sabíamos que a nadie le interesaba preservarla cuando pasó a manos de la inmobiliaria. Sabía que ni esa empresa ni posteriormente el Ayuntamiento se harían cargo de su protección, como está quedando bien demostrado.
De todas formas me ha gustado conocer información que no conocía, suya y de otras personas interesadas y le animo para que no quede en el olvido este maravilloso lugar que ha hecho felices a muchos, propietarios y allegados , guardeses incluidos.
Reciba un cordial saludo,
Inmaculada Castro
Segundo correo
Muchas gracias por responder mi correo; he ojeado/hojeado sus relatos, y los he disfrutado, sobre todo me ha gustado el del aljibe, al que nunca me atreví a entrar, aunque siempre me fascinó, sobre todo cuando llegaba el momento de llenarlo. A propósito, le cuento que en una entrada del aljibe, en una acequia junto a nogales y avellanos, parió una perra callejera que por allí se quedó, 4 perillos blanquinegros, que nos vimos "negros" para sacarlos cuando su madre un día ya no volvió para alimentarlos..
Como veo que los perros son importantes en su vida, imagino que le gustará saber que La Casería (y sobre todo yo) estaba siempre dispuesta a recoger todo animal que por allí se acercase, y que también tenían la libertad de irse cuando quisieran, pero, en general, se quedaban, pues recibían alimento y cariño, y siempre recordaré cuando llegaba del colegio y tenía que saludarlos a todos (a veces hasta 20, contando los cachorros de turno) porque si no, alguno se enfadaba y no me quería acompañar al paseo de la tarde.
Espero que no le importe que le cuente todas estas cosas, pero es que, desde el momento en que leí sus relatos, siento que compartimos algo, el cariño por esa niñez pasada en los Cipreses, supongo...
Le cuento que al Patio de los Naranjos, como usted le llama, nosotros le llamábamos el Patio de los Tilos, pues estos esplendidos árboles dominaban sobre los naranjos, y crecían incluso por encima de los tejados.
Bueno, ya le dejo, no sin antes reiterarle mi gratitud y espero seguir en contacto, además ya estoy enganchada a sus relatos..
Bueno, ya le dejo, no sin antes reiterarle mi gratitud y espero seguir en contacto, además ya estoy enganchada a sus relatos..
Reciba un cordial saludo.
Inmaculada Castro
Coletilla final
Me parece una idea estupenda, y me halaga que quieras compartir mis recuerdos junto a los tuyos, como ves me he permitido el tuteo, espero que no te moleste, pues si vamos a compartir espacio en la red creo que está justificado.
También voy a atreverme a pedirte, si podrías enviarme alguna fotografía de la casería, de aquella época, por supuesto sin que aparezcan personas, no quiero ser tan cotilla, solo que siempre soñé con verla restaurada, y como creo que es una utopía, (aunque nunca se sabe) me gustaría tener ese recuerdo, pues he estado mirando viejas fotos de nuestra estancia, y ninguna le hace justicia.
Por cierto, he hablado con mis padres de nuestra época allí y de nuestro intercambio de recuerdos, y mi padre incluso se ha emocionado cuando le he ido contando parte de sus relatos, y mi madre incluso me ha dicho que estuvo en el entierro de su tía Emilia, creo que a modo de homenaje, por los buenos tiempos que vivimos en la casería, que aunque también fueron duros, me que do con el comentario de ella, "al final nos criamos mu agustico", ya que ellos pasaron gran parte de su vida, 29 años, nada menos.
Bueno, espero noticias suyas, digo tuyas.
Un saludo afectuoso.
Inma
Recuerdo común por separado
Como médanos de oro,
que vienen y que van, son los recuerdos.
¡No te vayas, recuerdo, no te vayas…
aunque me olvide de mí mismo!
Incluyo aquí en enlace para quien pueda estar interesado en leer mi relato sobre "Los Cipreses" http://www.manuelmariatorresrojas.com/2013/01/granada-caseria-de-los-cipreses.html
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No haré nada...
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¡De ésta, te acuerdas!
(Foto Saul Leiter)
“De ésta, te acuerdas”, me dice ella cerrando de golpe la puerta del taxi.
Bajo la lluvia de otoño, sopeso su reacción. Ha dicho “de ésta”, en femenino; o sea, que está convencida de que le he hecho una faena o injuria u ofensa o vejación o afrenta. En cambio, si hubiera dicho “de esto, te acuerdas”, es que se sentiría agraviada o ultrajada o despreciada o desairada.
Miro el reloj. Ya son diez los minutos que han pasado desde el portazo ¿Qué hacer cuando ni tan siquiera sé qué diablos acabo de hacer mal? Maldigo mi falta de reflejos y mi torpeza.También abomino de las mujeres que van y vienen tres veces, mientras yo no me entero de la misa la mitad.
Corro hacía el aparcamiento, saco el coche a trompicones y, en pos de ella, desafío al tráfico. La carrera alocada que emprendo por media ciudad, me deposita en su portal a tiempo justo de salpicarle de la cabeza a los pies con un aguachirri de color sospechoso ¡Eso le puede pasar a cualquier pelirroja que se baje de un taxi luciendo un par de piernas kilométricas, de esas que nacen a pie de axila!
“De esto ¡nos acordaremos los dos!”, musito a manera de disculpa. Me mira. Sonríe con su media mueca de adolescente. Parece que consigo enternecerla…
¡Vaya, me coge de la mano y subimos a su casa! No la entiendo, pero aquí estoy, con ella. Me digo, con el poeta: “Quiero quedarme aquí, no quiero irme a ningún otro sitio”.
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