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Channel: CASA DE CITAS
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Un energúmeno anda suelto

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(foto del autor)

Ayer, después de un grato paseo vespertino, entré a tomar una copa de vino en El Gourmet de un gran almacén.

Me atendieron con la cortesía de siempre. Cuando me disponía a paladear un excelente Rioja de la casa Roda, con el teléfono inteligente encima del mostrador al lado de una tapita de jamón ibérico, me llama un productor de quesos de cabra de la Sierra del Guadarrama, que estaba ofreciendo una degustación de sus productos en un pequeño stand situado a escasos dos metros del lugar y banqueta que ocupaba yo en la barra del llamado Gourmet.

Me acerqué a probar un nuevo queso de cabra, de elevada acidez, y, al regreso a mi puesto en el mostrador, héteme aquí que me encuentro a un señor sentado en mi banqueta y con las narices demasiado próximas a mi copa de Roda y a mi platito de jamón. Mi móvil estaba incólume, pero el psicópata mochales hablaba a grandes voces con el suyo, precisamente en mi puesto. Me acerqué para indicarle que estaba ocupando mi lugar y con volcánico descomedimiento empezó a proferir alocadas chifladuras relacionadas con su desvarío y delirio. Gritaba que las banquetas no se reservan. Supongo que el energúmeno, en su violento frenesí, pensaba que mi vino, mi jamón y mi aparato móvil no significaban nada para él sobre el derecho de ocupación que me asistía.

Debo aclarar que el majareta chiflado no había pedido bebida o comida alguna y que mi ausencia no había durado más allá de un minuto escaso, amén de que las banquetas aledañas estaban vacías.

Agarré mis viandas y mi smartphone  y me fui tranquilamente a la otra punta de la barra. Con los años he aprendido a ignorar a locos y necios.

Me enfrasqué en la lectura de unos correos electrónicos que acababa de recibir y olvidé el incidente. Pasaron diez minutos y el maníaco paranoico  aparece de nuevo para insistir en sus lunáticas sinrazones. Cuando se cansó se fue y no hubo nada.

Una vez desaparecido el loco de atar con los tornillos sueltos, los empleados de servicio se acercaron a manifestar su asombro ¡A buenas horas mangas verdes!

Moraleja: desde que cerraron las casas de locos, los orates energúmenos andan sueltos. Atención y mano al botón.

La bella vida de Eva

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Y EVA ENCENDIÓ LA PASIÓN

Uno de sus amantes se llamaba Sándor y el otro se llamaba como yo, porque era yo.

El nombre de Sándor no se debía a que sus padres fueran imaginativos para la cosa de la nomenclatura, sino sencillamente a que eran húngaros.

Sándor y yo fuimos amantes de Eva allá por los años 90, no sé si simultánea o sucesivamente.

Tuve con ella una relación estrecha y breve. Estrecha porque su cama era 
small size, y breve porque el incendio de nuestros corazones y cuerpos se extinguió en un invierno. Conocí a Eva en casa de unas amigas de vida alegre, y el rayo que no cesa prendió en ambos la brasa de una pasión. Pero, como la memoria es traidora, también pudo suceder que me fuera presentada en una recepción que ofreció el Ayuntamiento de Madrid a un grupo de espeleólogos australianos y sin fronteras.

Cuando se acabó lo que me daba no volví a verla.

Andaba yo por entonces en otras liaisons dangereuses y ya se sabe que la mancha de una mora con otra verde se va. Me sumí una vida disgregada y cometí incontables insensateces, entre otras, con una seductora profesional fichada por falsificadora y estafadora.

Seguí mi camino y no volví a pensar, al menos en voz alta, en Eva.

Quiso el destino que, cuando caí preso del vicio solitario de escribir, citara yo a Eva en uno de mis relatos, en que procuro quedarme más bien corto que largo. La mano que mece mi lápiz me hizo poner nombre y apellido al personaje de Eva, así como su domicilio real en Madrid años 90, como se atestigua en «Los huesitos de mis ronquidos»*.

El día 16 de octubre del año de la Rata recibo un correo electrificado de un amable señor llamado Sándor quien me cuenta que, hallándose en el trance de buscar en Internet algo sobre un antiguo amor, se ha topado con mi blog. Al parecer, Sándor conoció a Eva en 1986 en Buenos Aires. Tratóla allá y acá y perdió su estela en los años 90. Me pide ayuda para conocer sus coordenadas actuales. Respondí así:

     “Amigo Sándor: No tengo ni idea qué pasó con Eva. No sé nada de su vida.
      ¡Era preciosa!”.

 Sándor apostilló de esta manera mi mail con otro suyo:

     “Y muy buena amiga. Muchas gracias de todas maneras”.

Sándor y la melatonina me removieron, durante un par de toledanas noches, el légamo de aquel estanque que yo creía más seco que el Mar de Aral.

Creencia errónea, como todas las mías.

Tales posos aventa el perfume de Guerlain que ella usaba, después que Sándor dejara escrito en mi blog el 24 de octubre, a las 6:05 a.m. :

   “Quisiera lanzar un grito de esperanza a una amiga de antes (pero siempre presente), Eva, citada en el texto «Los huesitos de mis ronquidos»: Evita, no tengo noticias tuyas desde hace 20 años, pero pienso en ti a menudo y espero que, dónde tu estés, seas feliz. O si un día, por casualidad, caes sobre esta página, escríbeme por favor, porque te recuerdo y te extraño”.

A vuelta de electrón le digo a Sándor:

    “Mil gracias por su bello y poético comentario dejado en mi blog. Palabras así me ayudan a escribir. Lamentablemente no sé nada de Eva. ¡Tan joven y tan bella!...”.

Sándor me escribe el 28 de octubre contándome que marcha a Argentina pues aún no ha perdido por entero la esperanza de localizar a Eva. Y ello aún desconociendo si vive allá o, antes al contrario, en España. Tampoco conoce si casóse y ha cambiado de apellido. Sándor, que mal duerme como yo, al dormivela, me confiesa que todo el pasado le bulle por su cabeza desde los rincones de su memoria.

A Sándor le gustaría saber desde y hasta cuándo conocí a Eva, qué tipo de relación nos unió y, en resumennada más y nada menos que mi opinión sobre ella. Añade Sándor, con gracejo y sabiduría, que me pregunta lo anterior consciente de que Eva tenía varias vidas. Bailarina, modelo, empresaria y courtisanne.

El 12 de noviembre me animo y mando a Sándor este correito:

   “Comprendo muy bien lo de las fotos de Eva. Nada debe hacerse sin su permiso. Simplemente se me ocurrió que su retrato en mi blog podría ayudar a su localización. No tengo datos de ella. Creo que la conocí en 1994, en una recepción en el Ayuntamiento de Madrid. Me parece que se dedicaba a las relaciones públicas. Fuimos amigos íntimos durante aquel invierno. En fin, eso es todo.

    P. D.: Eva era bella e inteligente. Valiente y fuerte”.

Está claro que a Sándor le duele esa mujer en todo el cuerpo, creo yo. Y también lo es que su amor por ella está meneando el árbol de mis recuerdos.

Eva amaba las ostras y más si se trataba de las carnosas, que los franceses llaman
spéciales, a ser posible de la casa Guillaume. Era una mujer libre, viviendo en un país como el nuestro en el que la querencia por la libertad es epidérmica. Pensaba yo que el mundo era lo suficientemente abierto como para admitir ya mayores dosis de licencias y desopresiones. Su flor era la nomeolvides. Su color el azul y su pelo a lo garçon.

 

Nunca antes había conocido a una mujer que durmiese con calcetines blancos de deporte.

Vivía la noche de la movida madrileña sin ser consciente de que eso iba a darse en llamar movida madrileña. Los fines de semana de aquel corto y cálido invierno me presentaba en su apartamento, de cuya puerta tenía yo un llavín, con una bandejita de bollería de Mallorca, repletita de torteles y croissants calenticos y envuelticos con su cordelillo blanco y la lazadita que dejan para llevarla colgandera de un dedo. Me gustaba su acento porteño tamizado por la meseta castellana. Bailaba el tango como ninguna.

Jamás se me ocurrió preguntarle por su vida nocherniega. Me bastaba con saber que los sábados y los domingos la tenía para mí solito. Me acompañaba, sin entusiasmo, a ver películas de arte y ensayo, que ella llamaba de parto y desmayo.

Aquel invierno andaba yo preparando una tesina sobre el valor alusivo de algunas categorías originales en la poética de tradición china. Me topé con un poemita, muy anterior a la era cristiana, que contaba que el poeta había encontrado a una bella mujer preciosa y blanca. El buen hombre exclama:
  
    —“¡Yo la he encontrado! ¡Ella me conviene!”.

Anteanoche me dio por evocar, no recuerdo si despierto o en brazos de Morfeo, que en algún lugar remoto y época pretérita creí reconocer, en foto de la jura de un gobierno argentino, a la mismísima Eva tomando posesión de la cartera de Planificación Familiar. No puedo prometerlo y no lo prometo, pero vive Dios que Eva era capaz de eso y mucho más.

No sé contar porqué murieron las matinés que dedicábamos a los juegos de cama. Es muy posible que no hubiera una declaración formal de ruptura de hostilidades sino que, simplemente, dejamos de vernos y sanseacabó. Dicho por corto y por derecho. Elmerequeté químico que habían organizado nuestros neurotransmisores, con la feniletilamina a la cabeza, extinguió el torbellino interno que nos tenía tontilocos. El méli-mélo de nuestros mezclados fluidos se transformó en compota de mirabeles y luego en nada. Hoy, día 20 de noviembre de este año de las ratas de sacristía, recibo de Sándor sentencia sin recurso:

 "Encontré a Eva. Le conté que había conocido tu blog y nos acercamos a un ciber-café en el barrio de La Recoleta en Buenos Aires. Me dijo que tú eras tú, pero que te llamabas Carlos. A mí me da igual. Nos vamos a casar el sábado que viene en el juzgado que queda en la calle Corrientes. ¡Y chau!".



(fotos de Wendy Bevan)


Madrid en gris (tercer capítulo)

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(portal de la casa que me vió nacer)

Hoy ha muerto el pez más grande y viejo de mi acuario y ello me lleva a recordar mi primer intento de tener uno. En el Madrid de mi niñez no era fácil encontrar los elementos que conforman un espa­cio autosuficiente como es un acuario. No había tiendas dedica­das a ello puesto que el nivel de vida no lo permitía. Tracé un plan con Avelino el fumista, cuyo taller lindaba con el portal de Claudio Coello 38, según se mira de frente, a mano derecha. A mano izquierda había una panadería regentada por la “señá” Casilda.
Avelino, con gran cariño y mimo, me hizo un acuario con cristales embutidos en armazón de hierro. Intenté criar peces de agua fría al no haber en mi ciudad peces tropicales, de más fácil reproducción en cautividad. Conseguí unos ciprinos dorados y unas algas de las que flotaban en el estanque del Retiro y también arena de río de una obra del barrio que tenía un cartel que decía “Hay arena de miga”. Con todo ello organicé lo que debería haber sido un perfecto y viable espacio biológico.

El desastre acaeció por varias causas. La primera, porque Avelino había ensamblado los cristales con masilla de la que se utilizaba para sellar ventanas, tóxica para peces y otros seres vivos. También influyó no contar con una pequeña bomba de oxígeno, por no hablar de filtros para el agua y de otros elementos más sofistica­dos. Total, que fueron muriendo aquellos animalicos, a pesar de que diariamente les cambiaba el agua. Aquí interviene el cloro como otro factor más de la tragedia ecológica. Y eso que en aque­llos años el agua del barrio del Salamanca era del río Lozoya y aún no se mezclaba, como se hizo más tarde, con la del Canal de Isabel II.Llegado aquí me pregunto para qué diantres escribo. Releo en Kafka que un libro debe ser como hacha que rompe el mar de hielo que recubre nuestro corazón. Supongo que se refiere al corazón del lector… ¿qué pasa con el del escribidor? Si indago el motivo de contar mi infancia, viene en mi ayuda Rilke en sus “Cartas a un joven poeta”: "... y aunque estuviera usted en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar a sus sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no seguiría te­niendo siempre en su infancia esa riqueza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos? Vuelva ahí su atención..."



(adivinen ustedes quién soy yo...)

Releo lo escrito sobre mis largos años en el colegio, y medito sobre el carácter selectivo de los recuerdos. Me resulta difícil encontrar recuerdos felices o gratos del colegio y ello sin dejar de reconocer que, en aquellos años de opresión y de nacionalca­tolicismo, aquel colegio de curas marianistas tenía, probablemente, mayor tolerancia y libertad que otros centros en que la burguesía madrileña criaba a sus alevines. En El Pilar “sólo” era obligatoria la misa un día a la semana, domingos y festivos aparte. Las clases de religión no eran apabullantes y tampoco las presiones en materia de confesión y de comunión. Tomo una cita de Eduardo Haro Tecglen, que en paz descanse, a quien he leído con gusto y de quien siempre aprendía algo: François Villon en ¡1431! escribió “Tant aime‑ton Dieu, qu’on fuit l’Église”. Hoy hubiera escrito “... qu’on fuit les Églises”.También es verdad que yo era buen alumno y que mi natural sen­tido pragmático, hoy deteriorado por mi deriva más radical, me hacía navegar mecido por la corriente, evitando plantear problemas de calado. Pero el último re­ducto de mi pensar era mío. Inescrutable. “El pensamiento no delinque”, sobre todo si no se formula, añado yo.

Durante los larguísimos años de cárcel colegial no padecí ni fui testigo de esa lacra llamada pederastia. No hace tanto tiempo un ex compañero de clase me dijo que él sí había sufrido abusos en nuestro colegio. 

El colegio de la calle Castelló nº 56 tenía poco espacio para jugar y para el deporte. El recreo lo pasábamos encajonados en los patios de esas inmen­sas moles neogóticas que fueron originalmente construídas para albergar doncellas de familias venidas a menos. Cuando éramos algo más mayorcitos nos cruzaban, en fila de a dos, a la otra acera de Castelló para jugar en el “solar”. El solar era eso, un solar propiedad de los marianis­tas, situado enfrente del “cole”.

Aquel terreno de juego era un pequeño y alargado campo de minifútbol. Divertimento aña­dido era la natural inclinación del terreno en sentido de norte a sur. Quiere decirse que el juego del fútbol era muy distinto en el primero o en el segundo tiempo, se­gún hubiera correspondido el sorteo. En un caso jugabas cuesta arriba y en otro a favor de una pendiente muy pendiente. En el extremo sur del solar estaban los urinarios, pegados a un taller de meta­lurgia establecido en el mismo edificio en que se ubicaban que los Laboratorios TEBIB, edi­ficio que hoy reformado por obra y gracia de Construcciones San Martín. En el norte de aquel solar había un cobertizo con columnas que servía, mal que bien, para jugar al frontón. El solar fue vendido por los marianistas para viviendas de nueva planta. Cero en conducta y cero en aplicación para los curas.

Mujeres

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Conozco a diosas que viven con hombres que tan solo sirven para ir al trabajo y al retrete.

Desdoblamiento de personalidad.

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Foto/ retrato del autor

Recupero mi paz interior, largamente cuestionada por mi íntimo desdoblamiento. 
Habiendo dos Papas, dos Reyes, dos Reinas y dos Capitanes Generales de todos los Ejércitos ¿por qué no ha de haber un Manuel y un María y un Torres y un Rojas?

Trono vacío

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( foto tomada por mí )

Un deseo realizado, un simple hecho, no tienen en realidad más verdad ni más valor que un sueño.
Lo ideal es ser libre, no estar condicionado por nada ni por nadie.

El estío y la chica de azul.

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Tomé la foto en plena canícula madrileña.

Al viejo estilo

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( Autor y hermana, del álbum familiar )

( Capítulo primero )

Por disposición paterna mi familia veraneaba un año en Granada y otro en la dehesa de Campoamor, provincia de Alicante. Veranear significaba pasar fuera de Madrid los tres meses del estío, más una propina hasta bien entrado octubre, hora de enjaularse en el colegio.

La dehesa era propiedad de unos amigos de mis padres, sin hijos. Dos mil quinientas hectáreas de pino carrasco, lentiscos, algarrobos y almendros, con costa propia, en medio de aquella España pobre y autárquica. Aún no se olfateaba la llegada del turismo ni los villanos atentados contra la ecología y el buen gusto que traería de su mano el estirón económico de manos puercas. ¡Torres de hormigón a orillas del mar! ¡Habráse visto!

Fuimos, sin saberlo, la última generación que pasó sus vacaciones al viejo estilo. Nadie nos obligaba a estudiar idiomas o cosas útiles para el futuro. El tiempo, infinito, era todo para nosotros. Aprendimos a no hacer nada, como enseña el Tao. A no hacer-haciendo.

La vieja casa ,con más años que un palmar, quedaba retirada del mar. Una tartana con una mula nos llevaba al baño diario en la caleta de la playa Yo solía ayudar a Pepe, “el de la tartana”, a enganchar la mula al carruaje, operación que requería tener muchas manos, y más para un crío de ciudad.

Cabe al mar,cambiábamos nuestras ropas en una casita que llamaban “La Barraca”, que tenía un aljibe con agua dulce. “La Barraca” estaba decorada con redes, boyas de grueso cristal verde, salvavidas de corcho y estrellas y conchas de mar. La hélice del motor fuera de borda se sumergía, para protegerla del salitre, en una gran barrica con agua dulce. Después del baño en el mar nos quitábamos la sal de la piel por el sencillo procedimiento de verternos encima el agua de unos barreños templados al sol en el patio de la barraca.

Algunos días la yaya Sagrario llevaba a la playa unos cestos de mimbre para alargar los baños hasta la noche. Tortillas de patatas, filetes empanados, ensalada de pimientos rojos y verdes, sandías y melones puestos a refrescar en lebrillos con barras de hielo cubiertas con sacos. Higos y brevas dulces, albaricoques de secano, melocotones pequeños y prietos. La siesta se dormía en colchonetas de paja sobre el suelo empedrado de guijarros y cantos rodados del porche de la barraca.



EL HOMBRE QUE ESPERA UNA PERDIDA

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(fotos tomadas por el autor)

Las mujeres de la edad moderna están apagadas, o fuera de servicio. O, lo que es peor, carecen de identidad, pues sus números de los portátiles “no pertenecen a ningún abonado”.

 Si llamo, con mi móvil, a una mujer de la era moderna, normalmente se agota la batería de su portátil a poco de empezar a hablar. Contrasta la energía de la mujer de hoy con las escasas prestaciones de sus pilas recargables.

Las chicas me dicen:

 Estoy en el parque. Te llamo luego, cuando llegue a casa.

Deben dormirse en el parque porque el móvil no suena luego. ¿Cuándo es luego para una mujer?

Espero en el restaurante. Una hora. Pasa, por tanto, una hora de la acostumbrada por mí para la cena. Tengo hambre.

  Ahora no puedo hablar. Voy conduciendo, no tengo manos libres ni apenas cobertura y la batería se está muriendo, me dice la rapaza que está citada y no comparece.

Pido un vino y apunto en mi cuadernito moleskine. Sumo: en los últimos tiempos, desde que desperté en la clínica, he invertido en esperar el santo advenimiento de las hembras, quinientas veinticinco horas con cuarenta minutos. Toda una vida.

  ¿Quedamos ya para mañana? Insinúo a una pelirroja de rizo natural.

 Mejor te llamo luego. Cuando llegue a casa.
 Nada. Tan solo me llama mi tía Honorata. Desea que mañana la transporte al pedicuro, antes llamado callista.Al día siguiente, la mujer de la cabellera color fuego de leña, me manda un mensajito de letras:

 Lo siento. Estaba cansada y me dormí viendo la tele.

Natural. La televisión es el laúdano moderno.

 Quedaste en llamarme, me atrevo a susurrar a una tercera.
- No pude. A mi prima le dio un cólico nefrítico. La llevé a urgencias en Alcalá, dice.
 Voy en un taxi. La calle está cortada y hay un tapón enorme. No me esperes. Te llamo luego, afirma otra.


 He pasado de ser el hombre que duerme, a ser el hombre que espera.

 Pues no me esperes, que tengo que sacar al perro.
 Ya. Claro. Lo que pasa es que ya te he esperado una horita. ¿Me la devuelves? ironizo.
 Ahora no puedo. Luego te hago una perdida. No tengo saldo, contesta.
 ¿Por qué no me llamaste ayer? me dice al otro día.
 Quedaste en llamar tú, respondo.
 ¿Y eso qué tiene que ver?, replica la chica de Burgos.
 No quería agobiarte, mascullo.
 Corazón, contigo nunca se sabe. ¡Eres más rarito!, termina.
 A ti te pasa algo… ¿Tienes novia? Acusa otra bachillera.
 Ya sabes que no. ¿Quieres que hagamos de novios tú y yo? Le digo a modo de morcilla guasona.
 Hay algo que no te gusta de mí, sospecha en voz alta la sufragista.
 No es eso. A mí me gusta todo de ti, menos tú misma cuando te pones celosa, me atrevo a farfullar.
 ¡Anoche me colgaste!, me dice ella.
─ No quería discutir. Nos hubiéramos dicho cosas irreparables, le digo yo.
 Pues dímelas ahora, añade.
- Cuando me veas triste y malhumorado, todo lo que tienes que hacer es quitarte la ropa. Tu desnudez me hace vulnerable, contesto con un pié en Gª Martin.

Aburrido y solitario repaso los mensajes que he recibido hoy:

 Sí, pero más tarde. No tengo batería…
 ¿Ya se te pasó el cabreo?
 Anoche te encontré muy raro. Espero equivocarme.
 ¡Hola! Ayer me lié y después me fui a la camita. Besitos muchos.
 Hazme una perdida, que estoy en el trabajo.
 Salí del fisioterapeuta y te hice una perdida. Cené y me dormí.
 Toc… toc… ¿Me llamas luego?
 En ké stás pensando en ste instante?
 Gracias por todo. Igualmente.
 Kuando kieras.
 Hola! Ya te has olvidado de mí…? Besos.
 ¿Duermes?
 ¿Te veo mañana?
 Pienso en ti y…
 ¡He soñado contigo!
 Mañana te veré.

Pero nunca llega ese mañana.

 ¿A qué hora vendrás?
 A la que tú quieras, contesta.
 Quiero ahora, digo yo.


 En esta noche oscura, me acuesto “…dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado…” ( Juan de la Cruz, el fraile que no tenía móvil)

El amor no tiene quicio

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(Ausschweifung Berlin Night Club 
George Grosz)

Contra el amor y su vicio,
no hay resquicio
ni modo acomodaticio:
el verdadero amor no repara en sacrificio
en su busca del fornicio.
Aunque seas un gran patricio
o te vistas de fenicio:
el vicio cardenalicio
se te cuela, subrepticio,
y su lascivia te arrima al precipicio
de su hermosura y desquicio:
el verdadero amor no tiene juicio.

Pienso, siento….

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Mi querida amiga Ángeles Zurita me ha sorprendido y conmovido con estos versos de su autoría, que me honro hoy en ofrecer a mis lectoras en este modesto blog.

Grato ánimo para Ángeles.

(estas fotos y otras muchas que tomo con dedicación y esmero 
se pueden visitar en mi galería de Instagram

Pienso, siento….


Me desarmas
me desnudas de luchas
e inundas mi alma
con besos de tus auroras…
Y, pienso, sólo pienso
arropado en tu entorno,
curtido, de sol, con mimo,
como cobrizas son
las cálidas casas.

Y, a merced de la brisa,
mi ropa tendida se solaza…
¡la que a mí me abriga
con olor a marisma!

El vino en tinajas,
las sufridas pencas
a la solana y…¡tan bellas!

Por caminos pedregosos,
la reflexión acompaña.

Y...hombre sensible me siento...
viendo cómo trepan las tapias
las frondosas buganvillas.

Mi sosiego, mi isla...

Ángeles Zurita

13/10/2014



Ocnos

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(el autor cuando niño en el Buen Retiro)

Encuentro en Cernuda algunos de mis propios sentimientos, si bien expresados distintamente a como lo hago yo.

Quizá sea una manera inconsciente de no desvelar la timidez que nos sigue queriendo niños. Cuando muchacho, la soledad te separa de  todo,  pero no te apena...pues crees en la eternidad de la infancia.

Estar despierto mucho antes del amanecer nos hace lúcidos y singulares. Ajenos a nosotros mismos. Intentaré dormir un rato. Un beso, amor. 

Toda ficción es autobiográfica

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(el chaval que figura en el centro soy yo. 
La foto está tomada en el primer día de mi entrada en el colegio)

“Toda ficción es autobiográfica. No hay nada más autobiográfico que la ficción, ni nada más ficticio que la autobiografía. Más que un dramaturgo, me considero un poeta. Y un poeta siempre habla de sí mismo, de su aventura espiritual y del lugar en que se encuentra frente al mundo. Ahí es donde se halla lo más íntimo. Hablar de mi vida sexual habría resultado mucho menos privado e indecente.”


“Pese a su fervor religioso, el dramaturgo no tiene problemas en marcar sus distancias con la Iglesia. Dice vivir con dolor el repunte ultracatólico al que asiste Francia desde 2012, cuando millones de manifestantes salieron a la calle contra el matrimonio homosexual que pretendía aprobar François Hollande. Py se dice repugnado ante esa supuesta minoría silenciosa, convertida en vigoroso contrapoder a la acción gubernamental. “Me siento triplemente horrorizado: como francés, como homosexual y como católico”, afirma. “Pero el Vaticano no es la Iglesia. No tienen nada que ver con los hombres y mujeres que me ayudaron a construir mi camino espiritual, a quienes no podría importarles menos mi sexualidad”. Py estuvo casado durante diez años “por amor” con la actriz y dramaturga Elizabeth Mazev, a quien conoció a los ocho años. “Nos divorciamos porque ella conoció a alguien, y luego lo hice yo”, aclara. “No creo que me vuelva a casar, aunque ahora sea posible. Mi compañero no parece tener prisa en comprarme un anillo”.”

Hacia la alegría. Texto y dirección de Olivier Py. Teatro de la Abadía (Madrid). Del 12 de noviembre al 7 de diciembre.

Extracto de una entrevista con Olivier Py, responsable del festival de Aviñon, publicada en Babelia.

En Venecia, cruel confidencia de mujer

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(fotos tomadas por mí en Venezia)

Durante la cena, a medida en que la noche se cerraba, la dolorosa confidencia de aquella mujer con roja mata de pelo rojo se iba transformando en cruel descripción, con pelos y señales, de su infidelidad para conmigo.

Y conste que, de ellas, mutables cual plumas al viento, mi razón no aguardaba sino unas migajas de calor. Apenas.

A pesar de mi convicción intelectual, jamás me había sido dado imaginar que la hiel de su confesión fuera tan amarga y tan honda la daga que me rasgó en dos. En aquella cena en el Harr'ys Bar de Firenze, o quizás en la postrera en la trattoria Da Ernesto en Venezia, la diosa de la roja mata de pelo rojo, en el fragor del champagne Taittinger, me invitó a contemplar en su teléfono de bolsillo una foto de su amante ultramarino.

Airado, rehusé su ponzoña y salí a la puta calle a llorar un cigarrillo.

En el camino de vuelta al hotel, ambos en marmóreo y civilizado silencio, se me hizo evidente la imposibilidad de pasar con ella aquella noche.

Necesitaba estar a solas con mi cabreo. Sentía repulsión hacia ella y su cruel y estúpida confesión. Paré un acqua-taxi y pedí a su conductor que acercara a aquella mujer, de pronto tan ajena a mí, a nuestro hotel, contiguo a La Fenice.


(foto del autor) 

Liberado de su insoportable presencia de mujer, me metí en el lounge bar del edificio Mondadori. Dos vodkas después, la cosa estaba clara.

De regreso al hotel, en recepción pedí otra habitación, lo más alejada posible de aquella que habíamos compartido cuatro noches, con sus madrugadas, sus desayunos y sus apasionadas siestas.

Me resulta imposible dormir sin pijama y con recuerdos.




(desde la terraza de mi habitación)


El problema del pijama era más fácil de solucionar que el del peso del recuerdo de su olor de hembra. ¿Por qué me conmueven tantísimo las mujeres fatalmente pelirrojas?

Un billete de cincuenta euros convenció al hombre de la conserjería de que el guión exigía una llamada suya a la habitación de la infiel mujer de la mata de pelo rojo para pedir, en nombre mío, que hiciera al pronto mi equipaje.

Con otros veinte machacantes más, un mozo transportó mis maletas de la 425 a la 201. En plantas distintas y en alas opuestas. Distancia de seguridad.

En el minibar de mi nuevo cuarto no había ni vodka ni hielo. Opté por beber a morro dos botellines de Beefeater. Me tragué una píldora sedante, lavé mi cara y dientes y soñé con mi patio y mi aljibe y con las trenzas de mi primer amor, que fue el que sentí hacia una niña rubia trigo.

¿Siempre caeré en los mismos errores? ¿Es que no he de cansarme de desear la fruta del cercado ajeno? ¡Qué ciudad más puta y fría es Venezia!

Me despierto en un puro sobresalto. Las pesadillas me hacían gritar.

El estómago me dice que el momento más duro de mi vida no ha llegado aún. Que llegará cuando el deseo se agote y no me queden ganas de zascandilear.

Desayuno un bull shot bien cargado de vodka. Me confortaba la idea de que hay diosas con tan buenas tragaderas que son capaces de dártelas con un tipejo que sólo sirve para ir a la oficina y al retrete ¡Con su pan se lo coman!

¿Qué he de hacer con la tunanta de la habitación 425? Si me tropiezo con ella en medio de un pasillo del hotel, ¿temblará la firmeza de mi decisión? No me será fácil desapegarme de esa pelirroja para siempre jamás amén. No parece, no.





De la carpetilla de mi cuarto viudo de amor, saco una cuartilla con el membrete del “Hotel de La Fenice y Des Artistes”, San Marco, Campiello della Fenice 1936, y escribo: “Fuiste desleal a tu conciencia al no apostar, tan solo, por el amor que yo te entregaba…”

Ya se sabe que la mejor manera de olvidar a una mujer es hacer literatura con ella. Me suena a Henry Miller.

El resto de mi carta a la infiel eran prosaicas instrucciones sobre el acquataxi que la depositaría en el aeropuerto Marco Polo aquella misma tarde y sobre el número de su vuelo para Madrid. La pasta, como siempre, corría de mi cuenta.


La más oriental de las mágicas noches

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(Ravenna, Basílica de S. Apolinario)


Siempre conseguí que SSMM Los Reyes del Oriente me trajeran todo lo que pedía. A ello contribuía no sólo la moderación de mis encargos sino también el método por mí empleado.

La moderación consistía en ir comprobando en el Bazar Horta, en Pabú o en Deportes Cóndor cuánto sumaba lo que yo quería tener y nunca pasar de la cifra que mi orden natural consideraba tope máximo a lograr cada Navidad. En este sentido, debo confesar y confieso que nunca me gustó la canción “Todos queremos más” que cantaba Alberto Castillo. Revela avaricia y afán de acumular riquezas. Prefiero no tener sobre qué Dios me llueva antes que ser pájaro gordo de muchas campanillas.

Nunca quise ir a Galerías Preciados a entregar mi carta a los emisarios de los Reyes. Bien muchachito, ya sabía yo diferenciar entre lo que son promociones comerciales de los mercaderes y tenderos y la magnanimidad y longanimidad de los auténticos reyes de Oriente, que hacen magia y premian a los niños buenos, salvan a los marinos atrapados por tormentas y dotan con bolsas de doblones de oro a las doncellas pobres para que puedan matrimoniar con hidalgos que no tienen con qué hacer cantar a un ciego.

La manera de hacer llegar a los Reyes Magos mis propuestas también ayudaba a que estos bienhechores colmaran mis esperanzas. En vez de escribir una carta larga y farragosa y dejársela a un empleado de Pepín Fernández, que era el dueño de los grandes almacenes, yo apuntaba a punta de regaliz las dos o tres cosas objeto de mi limpio deseo sobre la superficie helada de un flan chino El Mandarín. Cerraba los ojos y me lo zampaba de un sorbo y sin respirar. Nunca me falló. ¡Mano de santo!

El día de Reyes un cielo azul inmenso y vacío amanecía sobre el estanque del Retiro, cubierto como estaba con una colcha de hielo de un palmo de alto. Por bajo nadaban poblados cardúmenes de bellos peces de eufónicos apellidos. Calicos, burbujas, carpas, cometas, telescópicos y otros cuyo nombre no recuerdo y que no pienso mirar en Wikipedia, porque no tengo ganas ahora y porque nunca me aclaro si quien suministra la información es un sabio o un zoquete.

Comoquiera que yo tenía la certidumbre de que todos mis deseos estaban materializados en el sillón de tela damasquina marcado por mi par de zapatos, mi curiosidad se dirigía a comprobar qué clase de dulces habían comido Sus Majestades. Y si habían bebido de la botella de Cointreau, o de la de Marie Brizard o de la de licor Calisay, o quizás de la de Benedictine, pues sabido es que en el fondo de cada copa de licor hay un secreto.



(Códice de Roda)


Un camello, creo que en la Navidad siguiente, tuvo la gentileza de dejarnos una hermosa boñiga de rumiante en la alfombra del salón, que era de la Real Fábrica. Yo había visto en el campo bostas de otros rumiantes, como vacas y mulas, y certifico que las de los camellos orientales son diferentes, por mejores, ya que sólo comen vegetales bio-dietéticos y granos especiados y perfumados.

Mosca me tenía el dato de que la paja destinada a los rumiantes desaparecía siempre. Mi olfato me decía que los camélidos orientales, acostumbrados a cruzar por los desiertos arábigos y del Negev y a nutrirse de exquisitas raíces y frutos secos, de cereales salvajes y henos perfumados por los céfiros que soplaban los profetas del Antiguo Testamento, no iban a rebajarse a comer humilde paja castellana. ¡Hasta ahí podían llegar las cosas!

El día 7 de enero volvíamos a la jaula colegial y yo a mis proyectos de hacer de mi habitación un acuario gigante, o un huerto cercano a mi espíritu. También tramaba dedicarme en lo porvenir a la cría del mochuelo boreal.





Antipático castellanismo necesario

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(foto tomada por mí en Donostia)

  ¿Cómo dudar que los tiempos son otros  ¡universalidad! 
sobre esta sequerosa piel de toro, ¡limitada por mares sensuales!,
en cuyo centro ¡ay! han de tenernos clavados nuestros pies?

  Pero, para algo están ciertas frentes. ¡Antipático, desagradable,
odioso; asensual "castellanismo necesario" de las pseudoartes espa-
ñolas de hoy! ¡Abajo el arte feo! ¡Viva el arte agradable!

Juan Ramón Jiménez
Madrid, octubre de 1920.

Pregunto a mi hermano muerto

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(fotos del autor)

Pregunto a mi hermano muerto por la eternidad y me dice que, hasta este momento, no dispone de datos suficientes:

- “Ha pasado poco tiempo aún”, me dice.

Y eso que mi hermano murió el primero de marzo de mil novecientos noventa y nueve.

A ver si consigo transmitir a mi hermano un diálogo que vengo de leer. Idan Segev, neurobiólogo, va y dice:

− “Dios es una invención del cerebro. Si yo fuera capaz de construir un robot con un cerebro tan complejo como el mío, seguro que creería en Dios”.

Pasko Rakic, otro genio, le responde:


− “Muy probablemente, el robot pensaría que su constructor es Dios”.

Las religiones monoteístas necesitan de la pulsión de la muerte. Y de la culpa. Es mejor renunciar aquí y ahora para asegurarse un más allá feliz, te vienen a decir.

Sabemos que los animales no tienen religión, pero sí quizás alguna forma de paraíso. Se lo merecen por querernos y cuidar de nosotros, sus amos, con la fe del carbonero y la fidelidad legendaria de las antiguas mujeres.

Spinoza, panteísta él, imaginaba que si los animales crearan su Dios, lo inventarían a su imagen y semejanza: con grandes orejas para el Señor de los asnos, una trompa para el Dios de los elefantes y con un aguijón para el de las abejas.

¡Quién sabe dónde! ¡Vaya usted a saber! ¡No somos nadie! ¡A mí, que me registren! ¡Se hará lo que se pueda!




Mujeres: ¿amor o pasión?

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( Aleksandr Deineka 1899-1969)

Anteayer, después de pasarme por la Fundación Juan March para visitar la muestra dedicada a Deneika, bajo el lema "Una vanguardia para el proletariado", una mujer-amiga-mujer me dijo quedamente:

-Tú no eres un hombre de amor. Eres un hombre de pasión.

Me quedé con la copla de tan sugerente observación. Al llegar a casa busqué a Juan Ramón Jiménez. La memoria, fiel socorredora de mis inquietudes, me guía la mano que encuentra los versos buscados:

Pasión

¡Cómo te vas borrando,
reina infinita de un instante,
briosa, aguda, ardiente de presencia;
cómo te vas quedando
-¡ay de ti,ay de mí, del reino nuestro!-
sólo en historia!

( Juan Ramón Jiménez, del libro Belleza en verso, 1917-1923 )


(( Aleksandr Deineka 1899-1969)

¡De ésta, te acuerdas!

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¡DE ÉSTA, TE ACUERDAS!


(foto tomada por el autor)

“De ésta, te acuerdas”, me dice ella cerrando de golpe la puerta del taxi. "¡Lo que me has hecho, no tiene nombre!"

Bajo la lluvia de otoño, sopeso su reacción. Ha dicho “de ésta”, en femenino; o sea, que está convencida de que le he hecho una faena o injuria u ofensa o vejación o afrenta.  En cambio, si hubiera dicho “de esto, te acuerdas”, es que se sentiría agraviada o ultrajada o despreciada o desairada.

Miro el reloj.  Ya son diez los minutos que han pasado desde el portazo  ¿Qué  hacer cuando ni tan siquiera adivino qué diablos acabo de hacer tan mal? Maldigo mi falta de reflejos y mi torpeza. También abomino de las mujeres que van y vienen tres veces, mientras yo me pierdo entero de la misa, la mitad.

Corro hacía el aparcamiento, saco el coche a trompicones y, en pos de ella, desafío al tráfico.  La carrera alocada que emprendo por media ciudad, me deposita en su portal a tiempo justo de salpicar a mi indignada pareja de la cabeza a los pies con un barrillo de color verde caca. En Madrid llueve poco y nunca a gusto de todos.

Eso le puede pasar a cualquier pelirroja que se baje de un taxi luciendo un par de piernas kilométricas, de esas que nacen a pie de axila, musito.

“De esto, nos acordaremos los dos”, mascullo a guisa de disculpa. Me mira.  Sonríe con  su media mueca de adolescente. Parece que consigo enternecerla…  ¡vaya, me coge de la mano y subimos a su casa!

No la entiendo, pero aquí estoy, con ella.


Me digo, con Juan Ramón: “Quiero quedarme aquí, no quiero irme a ningún otro sitio”.

¿CLÁSICO O ROMÁNTICO?

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( el autor en el mar de Galicia )

Soy persona ordenada por fuera y desordenada por dentro.
Me explico: tengo un exterior clásico y un interior romántico.

Carrocería burguesa con motor ácrata, ¿me siguen?...
Cada día necesito encerrarme, un buen trecho de tiempo, a solas conmigo mismo
para olisquear en mi desorden interno,
no sea que se me haya colado el virus del orden lógico
en mi rayado disco duro.

Amo el caos, pero necesito el orden, que dijo no sé bien quién lo dijo.
¡Tranquilo en apariencia, inquieto en esencia!
Blanco por dentro, verde por fuera y si no te lo digo, espera.


( en la Habana )

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